En la antigua Grecia, los dioses no solo eran adorados, sino también profundamente temidos. Entre ellos, Hera, la majestuosa diosa del matrimonio y la familia, se destacaba no solo por su poder, sino también por sus celos implacables y su carácter vengativo. Hera era la esposa de Zeus, el rey de los dioses, y su posición le otorgaba una autoridad indiscutible, la cual defendía con feroz determinación.
La historia de Sémele, una mortal que capturó el corazón de Zeus, es una de las más famosas que ilustran el lado oscuro de los celos de Hera. Sémele, hija del rey Cadmo de Tebas, era una mujer de gran belleza y virtud. Zeus, conocido por sus numerosas aventuras amorosas, quedó perdidamente enamorado de ella. Sin embargo, este amor divino despertó la furia de Hera, quien no soportaba la idea de compartir a su esposo con ninguna otra.
Consumida por los celos, Hera ideó un plan cruel para deshacerse de Sémele. Disfrazada de una anciana, se ganó la confianza de la joven y la convenció de que debía pedirle a Zeus una prueba de su divinidad. Hera sabía que ningún mortal podía contemplar la verdadera forma de Zeus sin perecer. Manipulada por la diosa, Sémele, en un momento de ingenuidad, pidió a Zeus que se le revelara en todo su esplendor divino.
Zeus, aunque consciente del peligro, había jurado conceder cualquier deseo de Sémele. Obligado a cumplir su promesa, se mostró en su forma verdadera, desatando truenos y relámpagos. La visión fue demasiado para la mortal, y Sémele fue consumida por el fuego celestial, pereciendo al instante. Así, los celos de Hera no solo destruyeron a una mujer inocente, sino que también causaron un dolor inmenso a Zeus.
Este mito subraya una verdad atemporal: los celos pueden ser una fuerza destructiva, capaz de destruir incluso las conexiones más sagradas. En la antigua Grecia, tales historias servían como recordatorio de que el amor divino no estaba exento de peligros, y que los celos, cuando se dejan crecer sin control, pueden tener consecuencias devastadoras. La historia de Sémele y Hera es una advertencia sobre el poder corrosivo de los celos y la fragilidad de los mortales frente a los caprichos de los dioses.
Jade se encontraba en la universidad, disfrutando de un momento de calma en el jardín central, cuando una figura desconocida se acercó a ella. Era una mujer alta y esbelta, con una belleza clásica y majestuosa que inmediatamente llamó la atención de Jade. Su cabello dorado caía en suaves ondas sobre sus hombros, y sus ojos azul cielo irradiaban una mezcla de calidez y misterio. Llevaba un vestido elegante que acentuaba su porte distinguido.
“Hola, soy Helena,” dijo la mujer con una sonrisa, su voz suave y melodiosa.
“Hola, soy Jade,” respondió Jade, estrechando su mano.
Helena se sentó junto a ella en el banco y comenzaron a hablar. Jade encontró en Helena una compañía agradable y curiosamente reconfortante.
“¿Qué estudias?” preguntó Helena, su tono cálido y amigable.
“Negocios” respondió Jade le sonrió de regreso.
"¿Y qué es lo que más te apasiona de negocios?" Le preguntó interesada ante su respuesta.
"El poder aplicar todo lo que conozco a una empresa y poder ayudarlos a llegar a sus metas" Se encogió de hombros.
"Bueno..." Ella asintió. "Ahora dime lo que realmente te gusta" Jade abrió los ojos de par en par sorprendida por su pregunta. "No digo que no te gustan los negocios, pero la forma en la me lo dices es demasiado robótica." Ella se sonrojó al saber que había sido descubierta.
"Me gusta mucho la historia y la mitología griega" Contestó.
“Interesante combinación. La mitología tiene tantas lecciones que ofrecer, incluso en el mundo de los negocios,” comentó Helena con una sonrisa enigmática. "¿Algún mito en particular te ha impactado?"
Jade se tomó un momento para pensar. “Siempre me ha fascinado el mito de Atenea y cómo nació completamente armada de la cabeza de Zeus. Es una imagen tan poderosa de sabiduría y estrategia.”
Helena asintió, sus ojos brillando con interés. “Atenea es una figura increíble. Su asociación con la sabiduría y la guerra, pero siempre en un contexto de estrategia y justicia, es realmente inspiradora. ¿Has pensado en cómo esos mitos podrían influir en tu carrera en negocios?”
Jade se sorprendió por la profundidad de la pregunta. “Nunca lo había considerado así. Pero ahora que lo mencionas, creo que la mitología puede enseñar mucho sobre liderazgo y toma de decisiones. Atenea, por ejemplo, siempre fue justa y estratégica, algo crucial en el mundo de los negocios.”
Helena sonrió ampliamente. “Exactamente. La mitología griega está llena de lecciones sobre liderazgo, ética y estrategia. Creo que podrías encontrar maneras de integrar esos principios en tu enfoque de negocios. ¿Alguna vez has pensado en combinar tus dos pasiones?”
Jade rió suavemente. “Supongo que siempre las he visto como dos cosas separadas, pero tiene sentido que puedan complementarse. Tal vez podría enfocarme en la consultoría estratégica con un enfoque en la ética y el liderazgo, inspirado en los mitos.”
Helena asintió, visiblemente complacida. “Esa es una idea maravillosa, Jade. A veces, nuestras pasiones más profundas pueden guiarnos hacia caminos inesperados pero gratificantes. No subestimes el poder de conectar tus intereses.”
La conversación continuó fluyendo con naturalidad, y Jade se sintió cada vez más conectada con Helena. Hablaban de mitología, de negocios, de la vida y de los sueños. Helena compartió historias de su propia carrera, ofreciendo consejos y perspectivas que resonaron profundamente con Jade.
Mientras tanto, en una lujosa mansión a las afueras de la ciudad, una reunión entre dioses estaba en pleno apogeo. Henry Thorne, Arabella Reed, Victoria y Christopher Blackwell estaban discutiendo asuntos de vital importancia. El ambiente era tenso, cargado de una mezcla de preocupación y desconfianza.
“Necesitamos hablar de Alexander,” comenzó Henry, su tono autoritario, rompiendo el silencio con su voz firme.
“¿Qué pasa con él?” preguntó Victoria, sus ojos reflejando una mezcla de interés y desdén. Había una pizca de curiosidad morbosa en su voz, como si disfrutara del drama.
“Se está volviendo demasiado imprudente con esa humana,” respondió Henry, mirando a Arabella. “Y no podemos permitir que sus acciones nos afecten a todos.”
Arabella frunció el ceño, su voz cargada de emoción contenida. “Alexander siempre ha sido impulsivo, pero nunca ha puesto en riesgo nuestra existencia como ahora. Algo tiene que cambiar.”
Christopher, con su habitual calma inquietante, intervino. “Eros ha cruzado líneas peligrosas antes, pero esta vez parece más... personal. Debemos estar preparados para cualquier cosa.”
Victoria, siempre la pragmática, asintió. “No podemos dejar que sus deseos pongan en peligro nuestra seguridad. Debemos hacer algo al respecto.”
Henry miró a Arabella, sus ojos llenos de una mezcla de celos y preocupación. “Arabella, ¿qué piensas hacer?”
Arabella levantó la cabeza, su mirada decidida. “Voy a hablar con él. Necesitamos poner fin a esto antes de que se salga de control.”
Henry dio un paso adelante, su voz baja y amenazante. “No dejaré que lo hagas sola.”
Arabella lo miró con furia. “No necesito tu permiso, Henry. Y ciertamente no necesito tu protección.”
Henry se acercó más, su voz un susurro cargado de intensidad. “Esto no se trata de protección, Arabella. Se trata de hacer lo correcto.”
Arabella lo miró a los ojos, su ira contenida pero palpable. “Tú y yo tenemos asuntos pendientes, Henry. Pero ahora mismo, debemos centrarnos en Alexander.”
Henry no retrocedió. “Arabella, si realmente crees que esto es solo un capricho, entonces estás subestimando la situación.”
Arabella, sacada de onda y furiosa, respiró hondo para calmarse. “Henry, Alexander siempre ha sido caprichoso. Estoy segura de que es solo eso, un capricho pasajero. Pero aun así, necesitamos detenerlo antes de que cause más problemas.”
Henry asintió, aunque sus ojos reflejaban duda. “Entonces, vamos a manejar esto juntos.”
Arabella se mantuvo firme. “Sí, juntos. Pero recuerda, Henry, no necesito tu protección. Solo tu colaboración.”
Victoria, que había estado observando la interacción con una sonrisa maliciosa, decidió intervenir. “Arabella, ¿no crees que tal vez estás subestimando los sentimientos de Alexander? Después de todo, los dioses también pueden enamorarse.”
Arabella se volvió hacia Victoria, su expresión endureciéndose. “Alexander no está enamorado, Victoria. Esto es solo un capricho, como todos los demás. Él no sabe lo que es el amor.”
Victoria levantó una ceja, disfrutando de la confrontación. “¿Y tú sí, Arabella? ¿Realmente crees que puedes entender lo que siente Alexander? Tal vez sea más profundo de lo que piensas.”
Arabella sintió un pinchazo de inseguridad, pero no dejó que se viera. “Lo conozco mejor que tú, Victoria. Y sé que esto no es amor. Es un juego para él, como siempre.”
Christopher, siempre el mediador, trató de calmar las aguas. “Lo que sea que esté sintiendo Alexander, debemos abordarlo con cuidado. No podemos permitirnos errores.”
Henry, sin embargo, no había terminado. “Arabella, si esto es solo un capricho, como dices, entonces no debería ser difícil manejarlo. Pero si te equivocas y es algo más...”
Arabella lo interrumpió, su voz temblando ligeramente de rabia contenida. “No me equivoco, Henry. Y aunque fuera algo más, estoy preparada para enfrentarlo. No necesito que me digas cómo manejar a Alexander.”
Henry la miró con una mezcla de frustración y algo más oscuro, una emoción que Arabella no podía identificar del todo. “Espero que tengas razón. Porque si no, todos pagaremos el precio.”
Arabella lo miró fijamente, su determinación renovada. “No te preocupes por mí, Henry. Preocúpate por mantener tu propio control.”
Victoria dejó escapar una risa suave, disfrutando de la tensión. “Oh, esto es tan delicioso. Tanta pasión en el aire. Quizás deberíamos dejar que Arabella maneje esto a su manera. Después de todo, parece que tiene todo bajo control... ¿o no?”
Arabella la ignoró, concentrándose en su misión. “Voy a hablar con Alexander ahora mismo. No permitiré que sus caprichos pongan en peligro todo lo que hemos construido.”
Henry dio un paso atrás, finalmente cediendo. “Haz lo que creas necesario, Arabella. Pero recuerda, estaremos vigilando.”
Arabella se giró y salió de la habitación con paso decidido, su mente centrada en la próxima confrontación con Alexander. Sentía la presión de las expectativas de los otros dioses, pero también una resolución férrea de demostrar que tenía razón. Mientras cruzaba el umbral de la mansión, supo que estaba a punto de enfrentarse a uno de los mayores desafíos de su vida.