— ¿Tú conoces a Tyler Calvin? —le pregunto.
Dustin tira del freno de mano y deja el coche aparcado cerca de la puerta de un gran almacén dónde sólo venden pinturas.
—No mucho, ¿por?
Salimos los dos del coche y me vuelve a preguntar:
— ¿Acaso te gusta?
A veces me parece impresionante la forma que tienen los chicos de no darse cuenta de cuando a alguien le gusta. Y eso me frustra, hay momentos en los que me gustaría que un gran cartel luminoso me señalara diciéndole a Dustin lo mucho que me gusta.
Lo haces tú.
—No —niego—. Le gusta a Allie, y he pensado...
Dustin ya esta asintiendo con la cabeza desde antes a que yo termine la frase como si supiera con exactitud lo que pido.
—Has pensado en hacer de cupido —asegura sonriéndo—. Siento decirte que no me llevo con Calvin, pero puedo hablar con un tío que a lo mejor le conoce, pero no te aseguro nada —empuja la puerta de cristal del almacén y me deja pasar.
Me extraña su repentinas ganas de ayudarme, a si que le pregunto:
— ¿A cambio de qué?
Dustin se hace el ofendido y con una mano en el pecho choca su brazo con mi hombro.
Nos metemos en un pasillo lleno de pintura de colores pasteles. Dustin me lleva directamente a los tonos anaranjados y se planta delante cruzado de brazos.
—Pues la verdad es que no quiero nada a cambio —dice acercándose a un bote de pintura. Lo observa, y lo deja dónde estaba—. ¿Puedes ayudarme a buscar este color?
Me enseña una foto del color que necesita y de repente nos hemos olvidado de lo que hablábamos.
A los pocos minutos ya estamos saliendo del almacén mientras Dustin habla por teléfono con Max sobre una supuesta fiesta que da en su casa el sábado. Cuelga cuando va a arrancar el coche y me pasa su teléfono para que se lo guarde en lo que conduce.
Nos estamos abrochando los cinturones cuando me pregunta:
— ¿Quieres venir a la fiesta?
Tuerzo los labios y niego. Nunca he ido de fiesta porque ir sola me parece patético, Allie nunca aceptaría estar un sitio con música a tope y borrachos por todas partes. Yo tampoco, odio esos ambientes, mis fines de semana perfectos son con Allie de compras o explorando lugares nuevos de la ciudad. A veces papá me manda un billete de viaje para ir a visitarle y eso es lo que hago.
—No me va mucho eso, de todas formas estoy agradecida de que me lo hayas propuesto. —Aunque tú no me invites a tus fiestas.
Dustin me mira fugazmente y se pasa una mano por el pelo de forma sexy. Muy sexy. Tan sexy a cómo lo son esos modelos de las marquesinas de los buses.
— ¿Lea? —me pregunta en tono confuso.
Parpadeo un momento y vuelvo a lo que estábamos.
— ¿Qué decías?
—Nada —dice riendo.
Nos quedamos en silencio, y para evitar silencios incómodos subo el volumen de la radio tarareando la canción que suena.
A los cuarenta y cinco minutos Dustin aparca en el garaje de su casa y me da mi mochila.
—Intuyo que mañana también te llevo, ¿no?
—No sé, preguntaré ahora como va mi coche en el taller, si no te aviso.
Me gustaría despedirme de él con un beso en la mejilla o con un abrazo, pero mis limitaciones para no hacer el ridículo están en decirle adiós y sacudir la mano.
***
Durante la cena mamá se enreda su pelo rojo en un moño y cruza las manos apartando el plato de enfrente suya. Yo ya me pongo alerta porque hace eso muchas veces cuando me informa de malas noticias.
—Empiezo por la buena o la... no sé, la normal —dice.
Dudo un momento antes de contestar:
—La ¿normal? Supongo.
Mamá coge aire con fuerza y se infla.
—Tu padre viene este viernes —aprieta los labios y por un momento deja la vista fija en el cuenco con fideos indios—. Me han llamado los del taller antes, lo siento pero tu coche ya no tiene arreglo, Lea.
Sé lo difícil que es para ella ver a papá de nuevo después de estar tanto tiempo solo hablando con él por mensajes, pero no puedo no sonreír enormemente y pegar un pequeño chillido. Estar con papá siempre es reconfortante, él sabe lo mucho que me gusta Dustin, y aunque me ha dado consejos que no me han servido para nada, me gusta hablar con él de todo lo que Dustin me hace sentir.
—Ay Dios... ¿y se va a quedar en casa?
Ups.
—No. Estará en un hotel de Los Ángeles, solo se va a quedar una semana para comprarte otro coche.
Nunca me voy a acostumbrar a que a mi madre se le apague la voz cada vez que habla de papá, y aunque la he animado a que salga con otros hombres para remediar su caso, se niega. Hasta pensé que tal vez tenía algún tipo de problema y un psicólogo la podía ayudar.
—No pasa nada, está bien. ¿Puedo irme? Tengo que llamar a Dustin para decirle que mañana pase a por mi.
En cuanto me da permiso subo a mi habitación y cierro la puerta lanzándome boca arriba en la cama. Todos los días duermo con lo mismo cuando hace calor, con una camiseta muy grande y sin pantalones porque nunca espero que nadie me vea, a si que cuando escucho un silbido constante desde la calle no espero ver a Dustin apoyado en su ventana mirando a mi habitación.
—No sabía que te podía quedar tan... wow una simple camiseta, Lea —no está gritando, sin embargo le escucho a la perfección.
Yo también me apoyo en mi ventana y sonrió. Si me viera la cara le parecería ridícula lo roja que la tengo, aunque seguramente ya esté acostumbrado a que un montón de chicas se sonrojen con él.
La última chica con la que estuvo —creo que duraron una semana y no se confirmó si eran novios—, era pelirroja y muy parecida a mí, salvo por eso de los escotes grandes y el chicle en la boca. Me di el lujo de pensar que ella era yo, los veía pasear por la acera de Dustin besándose y me imaginaba que era yo, que yo llevaba su sudadera, que yo le acariciaba el pelo o que yo le cogía de la mano.
—Yo no sabía que te dedicabas a espiarme —le contesto.
Puedo ver como me dice que espere, coge el móvil y el mío vibra. Sólo lo hago por las noches, me ha escrito, y continúa: ¿Estás sonrojada, Lea?
—No lo estoy —aseguro en alto.
Dustin se apoya con un brazo en el marco de su ventana y con el otro sigue sujetando el móvil.
—Lo estás, y es súper mono.
Ahora, ahora sí lo estoy hasta los pies.
Tecleo rápidamente: Gracias y se lo envío, Dustin mira el mensaje y veo como sonríe. Su sonrisa me parece preciosa, nunca voy a parar de decirlo.
—Buenas noches, Lea —dice la nota de voz que me ha mandado.
Me lo pondré todas noches antes de dormir.
—Buenas noches, Dustin —le envío otra.