El mirlo I

2274 Words
 (NOTA: A partir de este punto los capítulos se dividen por si se ponen de paga, que no sean tan caros) Răzvan Mi objetivo es asustarla para que de algún modo, sepa que no es correcto estar conmigo. El corazón me duele en cuanto le veo el terror en los ojos, ese reflejo iridiscente de lágrimas que parecen querer desbordarse. No me muevo, quiero fingir que soy una estatua de piedra, aunque de cierto modo, puede que eso sea, solo una roca a la que le dieron un soplo vulgar de vida, o algo similar. Ofelia niega con la cabeza y sale fuera del arce, la veo trastabillar. ¿Debería seguirla? ¿Debería permitírmelo? —¿Răzvan? —su voz me llama con un tono agrío. Salgo en el más absoluto de los silencios. Está dándome la espalda, mirando a la distancia. Quizá trazando o midiendo las distancias entre los picos de las tres colinas que se elevan. Es algo que ella solía hacer cuando discutíamos, guardaba silencio sepulcral, se perdía en algún paisaje y pensaba bien en lo que me diría. No quiero dejarla pensar en palabras afiladas para mí, porque cuando las tenga, y eso será seguro, me dará una asestada mortal, dejándome imposibilitado para poder combatirle. Ofelia siempre ha sido mucho mejor que yo para debatir. —¿Sabes por qué los mirlos cantan de noche? —pregunta. Ah. Esos pájaros negros y pardos. Con su gorgojeo melodioso y similar al sonido de una flauta grave. —No lo sé. —Para alejar a otros de ellos. Para decirles que están en su territorio y no deben acercarse. —¿Qué estás intentando decirme? —Que tú eres un mirlo —entonces se da la vuelta para encararme. A pesar de la visible diferencia de estaturas, yo me siento pequeño en cuanto ella da un paso al frente y levanta las manos para reprenderme—. Y lo haces bastante obvio. —¿Qué cosa? —Intentar asustarme para alejarme. —¿No crees que he tomado dos vidas? ¿Cómo siquiera piensas que he vivido tantos años? —No digo que no lo hayas hecho. Lo que digo es que lo estás diciendo para asustarme. ¿Quieres alejarme? ¿En serio lo quieres? Soy incapaz de responder. Si digo que sí, sabrá que miento, y si digo que no, se quedara conmigo. —Los mirlos machos son de plumaje oscuro, mucha gente al verlos piensa que son aves de malagüero. Y de hecho, son todo lo contrario. Tienen un canto hermoso, uno de los más hermosos que pueda existir. —Yo no soy un mirlo —la interrumpo, porque es muy claro el rumbo por el que está llevando sus palabras. —Cuando un mirlo aparece —me ignora y sigue hablando con determinación—, significa que nos ha llegado el llamado. Es el propio mirlo que nos llama a seguirlo, nos llama desde la puerta que está entre los dos mundos. Si vas con él conseguirás sanación y veras la profundidad de tu alma. Pero para ello hay que trabajar, forjar tu propio corazón —me señala con su dedo índice—. Tú eres ese mirlo, Răzvan. Solo que no quieres aceptarlo. — Yo… —antes de que pueda negarlo de nuevo, Ofelia se da la vuelta y emprende su marcha. —Me voy. Las piernas se me quedan atascadas. Una parte de mí quiere seguirla, otra quiere convertirse en un tronco para permanecer inmóvil. Al final, el corazón le gana a la razón. —No te vayas —soy tan imprudente que le tomo de una mano. Ella se detiene pero no me mira—, por favor. —Hace un momento dijiste que me amabas, ¿aún lo haces? Siento el ardor en mi pecho. Ese que me recuerda que mis sentimientos por ella no cambiaran. —Siempre —respondo. Suspira con tranquilidad, como si mi respuesta le hubiera obnubilado la mente. —Debería ser raro. Te he visto solo tres veces en persona, pero en mi corazón, siento que te conozco de toda la vida. No quiero que me pidas que me aleje, no cuando estoy comenzando a entender parte de todo esto. No trates de asustarme, ni de mentirme. Justo ahora, yo no sé si lo que hay aquí —lleva una mano a su pecho, justo encima de su corazón—, me pertenece a mí, o a la chica que alguna vez fui, la chica que tú conociste. Y tampoco sé si sigo siendo…—le cuesta decirlo—. Ofelia, o sí soy Vania Isabel. Puede, que no sea ninguna. Así que es por eso que exijo, sí, exijo que me digas todo —se da la vuelta despacio mientras yo dejo de tomarle de la mano—. ¿Puedo confiar en que lo harás? —Yo… no, —estoy balbuceando, torpe e incontrolablemente. Hay muchas cosas en mi cabeza. Desde la imagen cruel de mi padre, hasta la imagen fatal del cuerpo de Ofelia en mis brazos. Con sus ojos cerrados febrilmente, su piel pálida y húmeda. Recuerdo el llanto, el dolor…Las ganas de quitarme la vida a sabiendas de que era imposible. El cruel castigo. No quiero que vuelva a pasar. —¿Puedo o no puedo confiar? —su voz es de súplica, sus ojos desconsolados y su ceños fruncido evoca un gesto de desesperación. Me dejo caer de rodillas. Ambas imagines de ella me torturan. Por un lado está frente a mí, de pie, viva. Y por el otro, yace sin aliento. Pierdo la cordura, luego de tantos años debe ser normal, ¿por qué debería permanecer impasible? ¿Por qué no dejar salir mi temor? Dejarla verlo. Confiaba mi vida a ella, y lo sigo haciendo. —¡Entiende que no quiero verte morir de nuevo! —suelto las palabras y mi vista se nubla. Voy a derramas lágrimas. Pero no puedo dejar que las vean, así que me cubro la cara con ambas manos. Y entonces, me rodea con sus brazos. Oculto mi cabeza entre su cuello y siento como me aferra con fuerzas—. No quiero, no quiero…—y vuelvo a ser aquel niño llorón que Ofelia consolaba. Vuelvo a sentirme seguro en sus brazos al saber que ella es más de lo que puedo pedir y merecer. Un rayo de luz en mi vida de tinieblas. No dice nada. Y a decir verdad, no hay mucho que pueda decir. No sabe cómo acabaron las cosas, no sabe lo doloroso que fue, lo difícil. —¿Por qué crees que habré vuelto? Quiero mirarla a la cara y preguntarle a que se refiere, pero arrodillada junto a mí, evita que me mueva de mi sitio. Enredando sus dedos en mi cabello, reteniéndome a su lado. —¿Qué hacías tú en Costwolds? —pregunta—. Sí el mundo es tan grande, ¿por qué coincidimos de nuevo? Habiendo más de siete mil setecientos millones de personas, ¿por qué coincidir en aquel pueblecillo? Yo estaba en Costwolds ocultándome, no era un lugar predilecto. Desde hace más de cien años me la he pasado oculto, saltando de lugar en lugar sin enraizarme. Buscando escondites, y buscándolo a él. —Yo creo…—susurra—. Que eso debería ser alguna clase de segunda oportunidad. —¿Crees que le darían una segunda oportunidad a alguien como yo? La escucho refunfuñar— Si a ti no te la dan, entonces puede que a mí sí. Afloja su agarre y desliza su mano hasta mi cuello. Entonces me separo y la miro a los ojos, los tiene cristalinos, seguramente porque lucha para no llorar conmigo. —Eso tiene más sentido —le digo—, que te den la oportunidad a ti. —Deja de tener miedo, Răzvan. Mejor tomar esta oportunidad ahora, que esperar a verme enamorarme de algún otro, casarme con él y tener hijos. La sola idea me revuelve el estómago. Que me parta un rayo antes que dejar que otro robe su corazón. —Haces que rompa mis promesas, Ofelia —y sin evitarlo le acaricio el rostro. —Entonces has nuevas. Y todas serán para ti. —Deberías volver a casa —miro hacia un costado de nosotros, donde el sol parece estar bajando más a prisa, colocándose por encima de la triada de los Mirlos. —Cierto. Pero antes, debo lidiar con tu aroma —una sonrisa se le escapa, contagiándome a mí, porque creo que ha pensado lo mismo que hace tantos años para solucionar el problema.   ISABEL   Probablemente mamá vaya a matarme, o papá, si es que ha llegado antes. El reloj en mi muñeca marca las cinco con treinta, bastante tarde si consideramos que solo iba a estar en un club literario que comenzaba a la una treinta. —¡Vani! —Carter salta desde la puerta en cuanto escucha mis pasos, y en cuanto me ve se detiene en seco y me mira de arriba abajo—. ¿Qué te pasó? Estás toda empapada. No me digas… —Lo siento, se me hizo tarde porque me fui a dar un pasea al bosque…Luego vi el riachuelo y me di un buena zambullida. Se me fue el tiempo. Alex se asoma por el umbral, sostiene en las manos un tazón de cereal. —¿Y por qué no nos invitaste, Isa? Te pasas, en serio, uno queriendo refrescarse y tú, sin pensar en tus adorables hermanos. Ruedo los ojos. Alex odia que no lo incluyan en los planes de otros. —Para la otra les diré con tiempo, está vez fue algo…Espontaneo. Car me ayuda con mi mochila, y mientras la toma hago una súplica interna para que las hojas secas y el musgo donde la frote sirvan para ocultar el efluvio que dejo la presencia de Răzvan. —Vamos a casa, Vani. Papá estaba como loco, salió a buscarte —en cuanto lo dice un escalofrió me recorre. ¿Qué si papá me encontraba abrazándome de un chico en el bosque? O aún peor, si él llegaba a saber que no era un simple chico. —¿De verdad? —digo con la voz ronca. Espero no pescar un resfriado por esto, pero el gran camino de agua chorreante que voy dejando en el camino me dice lo contrario. — Sí, casi nos mata a ambos por no habernos quedado a esperarte. —Yo no iba a esperar dos horas en la escuela, no cuando hoy se estrenó la cuarta temporada de Castlevania —comenta Alex mientras se engulle otra cuchara de su cereal de chocolate favorito. Car entra primero y me hace una señal para esperarle. —¿Hablas de tu serie de vampiros? —le pregunta Car, y yo entro en pánico. ¡Lo saben! Pero no, eso no puede ser. Solo es una serie de caricatura. — Justo esa. Deberías de saberlo si al menos vieras un par de capítulos conmigo, —Car aparece con una toalla limpia en la mano, Alex lo encuentra a medio pasillo y la toma para entregármele mientras se burla de nuestro hermano— pero no, el señorito romántico prefiere hacer video llamada con su chica mientras los dos hacen la tarea. Que nerds. —¿Hablaste con Linette? —le pregunto y veo un rubor en sus mejillas. En serio que Car adora a Linette, y por consiguiente yo también. —Sí. Dice que el próximo fin de semana vendrán de visita, mamá y papá están planeando una comida por el aniversario de la clínica. —¡Oh, es cierto! —digo. —¿Qué…—Alex casi deja caer el tazón contra el suelo, pero lo atrapa en un ágil movimiento—. ¿Qué le daremos a mamá? —¿Un nuevo álbum para las fotos? —propone Car, pero es impensable. Mamá está muy apegada al suyo, y cuando está por llenarse, saca algunas fotos que pasa a otro álbum más pequeño, dejando solo las más importantes. —¿Qué tal un boleto de cine para el estreno de “The Batman”? Eso sería genial. Car y yo le lanzamos una mirada hosca. —A mamá no le gusta Batman —ataco. —Pero a mí sí —se defiende y sale trotando antes de que el cojín que tome le dé en la cabeza. —Por eso papá no te perdona —le dice Car—, porque tú eres team DC en lugar de Marvel como todos nosotros. —Es solo que papá no sabe apreciar el arte de verdad —se jacta, y lo hace en un muy mal momento, porque en la entrada, la figura corpulenta de papá se asoma. —¿Me estás diciendo inculto? Alex se crispa. Y al mismo tiempo, Car y yo soltamos unas sonoras carcajadas. Y en la cara del gemelo mayor, se revela un terrible miedo. —¿Lo hiciste? —insiste papá. —Claro que no, solo están sacando de contexto lo que dije —logra defenderse y sale corriendo en dirección a su habitación. Entonces papá se fija en mí. Le sonrió y no le pasa por alto que estoy toda empapada. Y en cuanto se acerca, trago gordo. Este será el momento en el que sepa si funciona o no meterse en el agua para desprenderme del aroma de Răzvan. Car y Alex no son tan listos como papá, y lo que para ellos puede ser solo olor del bosque y algo muerto, para papá puede ser algo más. —¿Dónde estabas jovencita?
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