Capítulo 5. Zaika

2087 Words
POV ALEK No debería distraerme más de la cuenta… No debería estar pensando en la puta que bailó para mí hace un momento y me dejó embelesado hasta que la música cambió de tono. No debería estar masajeándome la v***a mientras la tengo en mi mente. Pero aquí estoy, recordando sus curvas y sus movimientos sin podérmela sacar de la maldita cabeza. Debería irme a casa, mi padre me quiere allá y trato de obedecerle como mi Pakhan la mayoría de las veces, pero de solo pensar en la jodida locura en la que me ha metido, se me quitan las ganas. «¿En que cabeza cabe hacer un trato como ese con los Marcucci? Por supuesto… en la de mi padre». Me llevo el vaso a los labios y sorbo un trago, tratando de pensar en otra cosa. Tengo bastante en mi cabeza en lo qué pensar. Asuntos mucho más importantes. Mierda a la que debo recordarle su lugar, pero mi mente no colabora. Vuelvo a recordar el bronceado natural que tiene su piel y en cómo brillaba ante la luz. Se me tensa la v***a al recordar su confusión, su timidez, incluso, su miedo. «¡Maldita mocosa!». Porque es lo que debe ser detrás de esa máscara. Al menos en lo que pude ver. No puedo evitar imaginármela cabalgándome… moviendo las caderas mientras está sobre mí, justo a ese maldito ritmo como en el que montó a la nada mientras bailaba. Hace rato que ninguna de las putas de este lugar o de alguno de los burdeles me llamaba la atención de esta manera. Por eso, hice lo que hice. El reloj que le di fue un regalo de mi padre, uno al que le hice un par de modificaciones porque no quiero perderlo. Al igual que no quiero perderla de vista a ella. Tiene un pequeño rastreador que me permitirá saber donde se encuentra, por si me place volver a verla bailar o tal vez, jugar con ella un poco. Eso lo decidí apenas la vi a los ojos. Unos, oscuros y penetrantes. Casi intimidantes. Nada parecido a lo que estoy buscando y lo que siempre ha llamado mi atención. Sabía, por la forma en la que evitó a todos los demás al bajarse del escenario, que era distinta a las demás bailarinas y después de mi baile privado, lo he comprobado. Este no suele ser un club donde abunden las putas, si, hay muchas chicas de imagen que se extralimitan y le hacen una mamada a algún cliente para sacarle billete, pero a vista de muchos, no nos dedicamos a eso. Ella no se dedica a eso. Ni siquiera sé si realmente pertenezca a ese grupo de bailarinas, ella se resaltaba entre las demás, no había sincronía alguna. Lo decido en el siguiente segundo. La quiero para mí. La quiero como mi nuevo juguete. Tomo mi teléfono y le dejo un mensaje a Serguéi, pidiendo que la traiga conmigo. Pienso dos veces antes de enviarlo. Es una puta locura. La mujer se acaba de ir y ya yo la quiero de regreso. «¿Qué mierda me pasa?». Uno de los Boyevik se acerca hasta el lugar donde estoy, lo hace con temor y eso es lo que más me gusta de estar aquí. Porque, aunque mi padre y mi hermano sean los que encabezan la organización. Este es mi terreno y aquí mando yo. —¿Desea algo más, señor? ¿Quiere otra bebida? ¿Algo de comer? ¿No le gusta la música? Puedo pedir que la cambien —no me mira a los ojos, pocos lo hacen. En cierto modo debería pensar que alguien tan cobarde, sería desventajoso para que esté en mis filas. Pero estos hombres me temen a mí, no a la muerte. Gustosos darían su vida, porque saben que caer en mis manos sería mucho peor que eso. —Dile a Serguéi que se apure con el encargo y tráeme otra botella. El hombre se va y me trae lo que le he pedido, pero el parásito de Serguéi aún no aparece con lo más importante. Me bebo dos tragos enteros antes de tomar la decisión de irme a mi oficina. Me levanto dejando todo ahí, ni siquiera molestándome en mirar a las mujeres que se me insinúan en el camino, hasta que una se me atraviesa. —Señor Novikov, es bueno verlo por aquí después de mucho tiempo… —me sonríe mientras se enrolla un mechón de cabello rubio en el dedo. —Quítate de mi camino —hablo lo suficientemente alto como para que me escuche, pero cómo ya me lo esperaba, no lo hace. —Lo bueno de que esté aquí, es que podemos divertirnos —estira una mano hacia mí y se la detengo antes de que llegue a tocarme. Le doblo la muñeca y puedo ver más que escuchar, cómo empieza a quejarse. —¿Quién carajos dijo que podías tocarme? —Yo… yo solo… —comienza a titubear. —Tú, nada —me acerco un poco a ella, porque no quiero armar un escandalo y solo quiero que ella me oiga—. Tu eres una puta a la que me cogía cuando me daba la gana. La que apenas y hace una buena mamada y ya… nada más. Nunca nos divertimos, que te quede claro. Le doy un empujón y la aparto de mi camino. Me dirijo hacia el pasillo alejado del ruido, que lleva a las escaleras que dan hacia mi oficina. El lugar solo tiene las lámparas rojas encendidas. Cómo me gusta. Para muchos, la oscuridad es sinónimo de peligro, de temor… En cambio, para mí, representa mi lugar seguro. Me siento más cómodo entre las sombras, es por eso que, en mis espacios, ellas siempre abundan. Dieciséis minutos pasan antes de que Serguéi toque mi puerta. Lo sé, porque he puesto mi cronometro en el celular. Él pasa primero. —Señor, ella está ahí afuera, cómo me lo ha pedido. —¿Tan difícil se te hizo traérmela? Acababa de irse del maldito apartado VIP, Serguéi… a menos que… —dejo la frase al aire y él niega. —Por supuesto que no, señor. Ella tuvo que irse a casa, fui a buscarla y la he traído para usted. —Y han pasado dieciséis minutos desde que llegué a mi oficina y antes, pasaron otros treinta más mientras esperaba… Cuarenta y seis… Piensa en ese número, Serguéi. Mantenlo en mente —veo como traga grueso antes de asentir. Puede que él sea uno de mis hombres de confianza y es por eso, por lo que soy más exigente con él. Porque el que trabaja a mi lado, sabe bien que no acepto errores. —Ya lárgate de mi vista y tráeme lo que quiero —le ordeno y asiente antes de marcharse, pero cuando llega a la puerta, recuerdo algo importante—. Que nadie nos interrumpa. El que se atreva a tocar esa puerta, le vuelo la cabeza sin pensarlo, ¿entendido? Serguéi se va y llega la misma rubia, con un atuendo diferente. Un vestido y unas botas, pero con el mismo puto antifaz. «¿Se ha arreglado para mí?». Estoy sentado en mi sofá, en el lugar más oscuro del lugar, mientras la veo parada allí, como una conejita asustada… «Zaika… eso es lo que es… me gusta». Veo cómo traga grueso antes de enderezar sus hombros y respirar profundo. «¿Es esto lo que hace para relajarse?». —Usted me ha mandado a buscar, así que espero que me diga lo que desea. Guardo silencio, no digo nada. El silencio, la mayoría de las veces, es la mejor arma, porque desespera a las personas hasta que hablan de más y sueltan la lengua. —¿Es por el reloj? ¿Se ha dado cuenta de que fue un error? Aquí lo tiene —lo coloca sobre mi escritorio—. No soy una ladrona, solo tenía que decirlo y no mandar a un loco a mí casa. Giro un poco la cabeza, aunque ella no lo vea. ¿Se habrá pasado Serguéi de la raya? En definitiva, necesitamos tener una conversación. —¿Puede encender la luz? Ni siquiera puedo verlo. —No —es la primera palabra que digo desde que llegó—. Así me gusta. «¿Así me gusta? ¿En serio? No es mejor decirle que no, porque me da la puta gana de que esté oscuro ¿y ya?». —No puedo ver nada —se queja. —No necesitas ver nada, necesitas empezar a mover el culo para mí. —No soy una puta, si eso es lo que cree —me habla con firmeza—. Solo soy una mesera. —Hoy eres mi puta si quiero o una bailarina más para que yo admire, aquí las decisiones las tomo yo. Pongo la beretta en mi pierna, el plateado del arma resalta con la luz rojiza más que otra cosa. Ella la nota y vuelvo a ver cómo traga grueso. Me la imagino tragándose toda mi semilla como niña obediente de la misma forma y mi v***a vuelve a endurecerse con esa imagen. La garganta se me seca y tomo el mando que activa la música. —Supongo que ya sabes qué hacer… —es lo único que digo. La veo bailar por más de una hora. La veo moverse y no me permito tocarla. Las luces rojas la iluminan solo a ella, lo que la hace ver jodidamente caliente. No me permito saborearla. No me permito hacer nada más que mirarla, porque esta rubia enmascarada, puede llegar a enloquecerme si no tengo cuidado. Y yo no puedo perder el puto control por un coño, porque para mí, de esos sobran. Nunca me han llamado la atención las rubias. Menos una rubia como ella. Pero esta… se ve apetecible. Mi pequeña Zaika sigue bailando, lo hace y yo me la sigo comiendo con los ojos. Me quedo quieto, con la v***a a reventar, conteniendo cada respiración hasta que sucede algo. Un tirante de su vestido se revienta y un perfecto pecho desnudo queda al aire para mí. Ahora soy yo el que traga grueso y ella, se queda paralizada. No lo pienso. Me levanto con el arma en una mano y en un par de zancadas la tengo contra la pared. La tomo del cuello y le apunto la cabeza. Puedo sentir su pulso bajo mis dedos. Puedo sentir la calidez de su piel y cómo su pecho sube y baja con su respiración acelerada. —¿Quieres jugar conmigo, pequeña Zaika? —¿Qué mierdas significa eso? —me irrita la forma en qué me habla y aprieto más su cuello. —No eres una puta, pero te me ofreces con una teta al aire… —le susurro al oído—. Bonita forma de demostrar que no lo eres. —No lo soy —apenas logra pronunciar, porque aprieto más fuerte—. Ya quítate de encima de mí. No me importa quien coño seas. —Entonces… si bajo mi mano —sigo susurrando a su oído—. ¿Me garantiza que no vas a tener ese coño mojado para mí? Aligero el agarre de mi mano, pero mantengo mi arma en su cabeza y a ella, en su lugar. Restregandole mi v***a dura. —¿Puedes decirme eso? —Yo… —titubea y sé, que no puede negarlo. Bajo mi mano de su cuello y acaricio la teta que tiene fuera. Noto su pezón endurecido mientras inclino mi cabeza y muerdo el lóbulo de su oreja. Ella suelta un gemido. —Quítate ese antifaz —le ordeno. —Enciende las luces —ella contraataca. «¡Maldita hija de puta! ¿Cree que puede controlarme?». —Aquí yo doy las órdenes —le recuerdo. —Y yo sigo sin ser una jodida puta —me gruñe en la cara, pero yo me agacho y me meto su pezón en la boca. «¡Mierda! Es muy suave». Succiono con fuerza mientras ella se retuerce un poco. Mi mano libre viaja bajo su vestido y llego hasta sus bragas… No necesito ir más allá para confirmar lo que ya sabía. A mi zaika le gusta el peligro y su cuerpo, me lo está demostrando. —Supongo que tengo razón y que tú, ya no puedes negarlo. —¿El qué? —Esta noche, si eres mi puta.
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