El sábado por la tarde, tres días después del encuentro que tuve con Rodrigo en la plaza, decido ir a la biblioteca del pueblo a utilizar la señal y, de paso, ver si puedo alquilar algún libro de mi interés para leer bajo un árbol.
Después de pedir la contraseña del wifi y sentarme en una mesa para ver mi correo, escucho cuchicheos cerca de mí. Al principio no le presto atención, pero cuando comienzan a hablar cada vez más fuerte me es imposible no mirarlos con irritación.
Son dos chicos, claramente hermanos ya que son gemelos, de unos veinte años. Sus ojos negros están clavados en mí y me ponen bastante incómoda. Al notar que los estoy mirando, me saludan con la mano. Arqueo las cejas antes de volver a mirar la pantalla de mi computadora y vuelvo a escuchar esos malditos murmullos de nuevo.
—¿Qué les pasa? —cuestiono intentando sonar amable—. Me están desconcentrando, se supone que en la biblioteca no se puede hablar. —Ellos se levantan y se sientan en mi mesa.
—Es que... nos parecés conocida —dice uno de ellos. Frunzo el ceño.
—¿Conocida de dónde?
—De la tele —contesta el que habló anteriormente—. Saliste en un noticiero una vez, para reemplazar a una periodista y con tu voz descubrimos que eras vos.
—Pero fue solo un día... —murmuro. Ellos asienten.
—Igual te recordamos. No se ven bellezas como vos todos los días —replica el otro chico. Largo una risa nerviosa.
—¿Cuántos años tienen ustedes? —interrogo.
—Veintiuno. Ya somos mayores de edad. —Ambos me guiñan el ojo. ¡Esto es de no creer! La que me faltaba, un par de gemelos intentando coquetear conmigo. Esbozo una sonrisa burlona.
—No creo que quieran estar con una mujer siete años mayor que ustedes. ¡Así que vayan a buscar bellezas más jóvenes!
—Ah, pero si las grandes son las mejores. Por cierto, yo soy Santiago y él es Gonzalo —comenta el primero que habló.
—Chicos, me halagan y son muy lindos, pero no salgo con nenes.
—No seremos nenes cuando te hagamos gritar de placer —agrega Gonzalo, haciéndome toser de la sorpresa. Siento que mi cara se pone roja y ellos sonríen coquetos.
—¿Me están proponiendo una especie de trío? —pregunto atónita. Se encogen de hombros.
—Si querés verlo de ese modo... Igual, primero va él y después voy yo —explica Santiago—. Nos gusta compartir, pero por separado. Además, después vos decidís con cual te quedás.
—¡Están locos! En serio, yo no voy a estar con ustedes, me gustan los de mi edad, ¿sí?
—¿Tenés novio? —cuestionan a la vez y se ríen. Me hacen sonreír.
—No... Pero si tuviera, sería un hombre de mi edad o mayor. Hasta treinta y cinco años acepto.
—¿Alguien como ese? —pregunta Gonzalo señalando a alguien que acaba de entrar. ¡Pero si el destino me está volviendo loca! ¡Es Rodrigo! Instintivamente me tapo la cara con las manos y los gemelos me miran estupefactos—. ¿Qué pasa? ¿Lo conocés?
—Si, ¡y no quiero que me vea!
—Es Rodrigo, hermano —dice Santiago—. Todo el pueblo lo conoce. El único loco que anda a caballo y le da de comer a las palomas de la plaza como si fuera un viudo pensando en su mujer.
—Sí, y es un completo idiota, porque tantas mujeres que tiene atrás de él y no le da bola a ninguna. Yo creo que es gay.
—Ssh —los callo—. ¡Ayuda! ¡No quiero que me vea!
—¡Ahí viene! —exclaman a la vez—. Tenemos que ser sus malditos vecinos.
—Si hacen que no me vea a la cara les doy un beso a cada uno —digo rápidamente.
Se miran entre sí y al instante aparece un libro abierto frente a mi rostro para que lo sostenga.
—¡Hola, gemelos! —saluda Rodrigo. Sonrío, siempre tan amable—. ¿Cómo están? ¿Conquistando?
—Así es, querido amigo —replica Gonzalo con un tono algo despectivo—. Verás, estábamos hablando con esta bella joven, intentando quitarle el libro de su cara, pero fue imposible.
—Ah, están locas las mujeres últimamente. Yo también me estoy cruzando con una chica que no... —Se queda en silencio y de repente se da cuenta—. ¿Jazmín, sos vos?
Los hermanos me patean por debajo de la mesa para que responda y asiento con la cabeza. El libro se mueve a la misma vez que yo.
—¿Y qué problema tenés ahora como para no mostrar tu cara? Me imagino que el zarpullido ya se te fue.
—Algo así —contesto con voz temblorosa—. Tuve un accidente. Me quemé la cara con aceite cuando estaba haciendo churros y se me está cayendo la piel en la zona afectada... Es un asco, ni te digo.
—Pero estamos seguros de que es una chica hermosa, su voz lo confirma —opina Santiago haciéndome sonreír. Rodrigo se ríe.
—Yo creo que tienen razón en eso. ¿Qué opinan si esperamos a que se canse de sostener el libro para poder verle la cara? —cuestiona mi ex compañero.
—¡Es una muy mala idea! —exclama Gonzalo con seriedad. Le agradezco mentalmente—. Incomodar a una señorita de ese modo solo para descubrir quién es, no creo que eso sea bueno ni digno de un hombre. Cuando ella quiera y se sienta cómoda, se mostrará.
—Tenés razón, amiguito —replica Rodrigo con vergüenza. Me hace sentir mal—. Pasa que hace días la veo y nunca puedo verle la cara. Es sumamente misteriosa.
—Creo que ahí está el efecto de atracción. Pensás todo el día en ella, en quién será, cómo será... —Santiago suspira y luego chasquea la lengua—. Y cuando la ves te querés morir porque es súper fea y no llegó a tus expectativas.
Estallo en carcajadas provocando que los tres chicos se rían.
—Ustedes están realmente locos —comento—. Pero sí, lo más probable es que no llene las expectativas de ninguno porque soy ermitaña. Así que por favor, váyanse para poder seguir leyendo este gran libro.
—Mmm... —Rodrigo parece leer la tapa del libro—. ¿Las etapas del sexo y cómo llegar al orgasmo? —interroga con tono divertido—. Guau, qué gran libro. Aunque creo que eso se aprende practicando, no leyendo.
Me atraganto con mi propia saliva y los gemelos se ríen. ¡Un libro mejor no me podrían haber dado! Siento mi cara roja y de repente me imagino a Rodrigo sobre mí haciéndome practicar lo que dice el título. Genial. Hace años no pensaba en eso y ahora mis hormonas vuelven a activarse.
—Para aprender hay que leer. —Me encojo de hombros—. Sobre todo si no hay con quién practicar.
—Para eso estamos nosotros —comentan los menores con rapidez. Ruedo los ojos. Tengo suerte de que no me estén viendo.
—¿Cuántos años tenés, Jazmín? ¿Tirás más para los veintiuno o para los veintinueve? —pregunta Rodrigo con interés—. Por tu manera de hablar y cuerpo, creo que sos más de mi generación.
—La edad no se pregunta si sos caballero —opino en un intento de zafar de la situación. Creo que funciona, ya que él se ríe.
—¿Sos virgen? —cuestiona Gonzalo. Siento el ruido de un golpe—. ¡Auch! ¿Por qué me pegás?
—¡Eso no se pregunta hasta la relación s****l! —le grita Santiago. Aprieto los labios para aguantar la risa.
—¡Creo que los vírgenes son ustedes! —exclamo con irritación—. ¿Pueden irse de una vez? ¡Soy una ermitaña y quiero soledad! Vengo a la biblioteca para estar sola y me encuentro con dos degenerados y un hombre que anda a caballo.
Los tres protestan, pero siento solamente ruido de dos sillas arrastrándose. Los hermanos se acercan a mí y susurran en mi oído que les debo el beso. Por lo menos me dicen Jazmín.
Sumerjo aún más mi rostro en el libro al sentir que todavía hay alguien mirándome. Sé que es él y, aunque los brazos ya me pesan por la posición, me mantengo firme. Me aclaro la voz.
—Sé que estás ahí —digo. Escucho su risa masculina.
—Y no pienso moverme hasta que des la cara —responde con seguridad. Muerdo mi labio inferior en un intento de mantener la calma.
—¿Por qué te intereso tanto? —cuestiono.
—Ya te lo dije, estoy intrigado. —Suspira—. Mirá, mejor lo dejamos para otro día si no te sentís cómoda.
—Sí, mejor.
Escucho que se levanta y aprieta mi hombro antes de sentir que termina de irse. Cuando pasan como cinco minutos, me saco lentamente el libro del rostro, solo para asegurarme de que realmente se fue.
De repente me percato de que en mi computadora hay un bloc de notas abierto y abro los ojos sin poder creer lo que hay ahí.
¡Es su número de teléfono! Oh, por Dios. Esperé por tanto tiempo este momento.
Bajo su número hay algo más.
Me gustaría conocerte más, chica ermitaña, y si te hace sentir mejor que sea sin vernos, así será. Llamame. Rodrigo.
Tengo que contener un grito de felicidad para no molestar a la gente que me rodea, pero creo que la sonrisa de idiota que tengo pintada en la cara no se me va a ir por días.
La tapa del libro dice Don Quijote de la mancha. ¡Genial! Me mintió para que pasara vergüenza. La sonrisa se me ensancha aún más y vuelvo a ser la misma enamorada que hace diez años atrás.