La llamada

1707 Words
El domingo por la mañana le cargo algo de crédito a mi teléfono en el pueblo y decido sentarme en la plaza para llamarlo. Siento las manos sudorosas, un cosquilleo en mi estómago y la garganta cerrada. No sé si puedo hacer esto. Con un leve temblor, marco el número que anoté en un papel. Tres tonos después su voz dice hola, pero corto en ese mismo instante. No, no puedo hacer esto. Un minuto después, mi celular suena. Abro los ojos con sorpresa, dudando en si atender o no. ¡Esto es una locura! Espero que no suene a que estoy coqueteando con él. Me aclaro la voz y atiendo la llamada. —¿Hola? —¡Hola! ¿Jazmín? —cuestiona con tono divertido—. Me alegro de que llamaras, estaba pensando en vos. —¿Ah, sí? —Esbozo una sonrisa y me pongo a jugar con el pasto—. ¿Y en qué pensabas concretamente? ¿En qué tipo de locura tengo? —Mmm, no. En realidad estaba pensando en que me gustaría que me llamaras, ¡y me llamaste! Entonces funcionó. —Escucho un ladrido de fondo—. Dicen en el pueblo que aunque no tengamos mucha señal de comunicación, nuestra mente es la principal conexión con quien queremos. —Eso es bastante lindo y a la vez algo cierto. Yo creo que ambas personas tienen que estar en la misma sintonía para que funcionen —replico con suavidad. —¿Entonces estamos en la misma sintonía? —Se ríe y muerdo mi labio inferior por un instante—. Está claro que sí, porque el destino no para de unirnos. —Lamentablemente no creo en el destino. ¿Por qué tiene que haber algo que nos diga sí o sí qué camino debemos tomar? ¿Esto se modifica cuando tomamos otras decisiones? Es decir... —Me quedo en silencio para ver si me está escuchando—. Bah, perdón, creo que mis divagues son una pérdida de tiempo. —No, Jazmín, a mí me gusta escucharte y lo que decís es interesante —replica con rapidez—. Seguí hablando, por favor, no tengo nada qué hacer. —Bueno... —Me aclaro la voz—. Te decía, si el destino está escrito, aunque tome una decisión que no me lleve hacia ese supuesto destino, ¿se va a cumplir igual? —¿Un ejemplo? —cuestiona con confusión. —Bien, ponele que mi destino me dice que tengo que comer un helado de chocolate, pero en mi propia decisión elijo el helado de limón. En ese momento estoy cambiando el destino, pero entonces esto se debería reescribir y quizás termino comiendo un helado de chocolate al otro día en una heladería diferente. Básicamente cumplí mi destino, solo que más tarde. —Suspiro esperando su respuesta y miro al cielo absolutamente despejado. —Esa es una gran teoría —dice finalmente y lo siento sonreír—. Por más que intentes cambiar tu destino, este va a seguir poniéndote cosas en el camino para que cumplas lo que te corresponde, el destino es inevitable. —¿Y qué pasa si no tomo las decisiones correctas? Si una y otra vez elijo algo que no está destinado para mí, termino evadiendo a mi destino y termino ganando con mis propias decisiones, mi libre albedrío. Porque si tengo que tomar sí o sí un helado de chocolate, pero todos los días elijo el de limón y me muero sin probar el de chocolate, ¿qué pasaría? —Quizás reencarnarías una y otra vez hasta que pruebes el que corresponde. —Nos reímos—. ¿Sabés que creo yo? Que te morís por un helado de chocolate. —¡Tenés razón! —confirmo entre risas—. Pero mi destino es uno de limón. —¿Y si vamos a comer un helado y pedimos ambos gustos para dejar conforme a tu antojo y a tu destino? —interroga con tono curioso. —¿Estás intentando pedirme una cita? —pregunto con picardía. Él se ríe. —La verdad es que sí, ¿se me nota mucho? No estoy muy acostumbrado a esto y me da algo de vergüenza. —Se aclara la voz y me da mucha ternura—. De todos modos, también intento sonar agradable, y quiero ser tu amigo antes de coquetear con vos porque ni siquiera te conozco. —Vas por buen camino —respondo sonriendo y cierro mis ojos para disfrutar mejor de la charla—. Podemos ir a tomar ese helado... en navidad. —¿Navidad? ¡Falta como una semana todavía! —exclama con frustración y resopla—. ¿Esta noche salís? —No, sabés que no salgo. Y no es nada una semana —comento con tono burlón—. Creeme, pasa volando. —Está bien, ¿pero podrías decirme cómo es tu cara al menos? ¿Además de quemada y llena de acné? Porque necesito hacerme una imagen de la persona con la que estoy hablando y solo recuerdo a una cara azul con ojos marrones. Estallo en carcajadas y niego con la cabeza. —Tengo labios pequeños, pero gruesos, aunque cuando sonrío parezco el guasón y no me gusta para nada. Una nariz algo puntiaguda, mis ojos son almendrados y mi tono de piel es parecido a un café con leche. —Eso suena a que sos muy linda. —Me sonrojo—. ¿Hay alguna posibilidad de que te conozca antes de Navidad? —Mm, puede ser que sí, puede ser que no. Como sabrás, tengo la cara muy dañada. Espero que la semana que viene ya la tenga perfecta. Mientras tanto, podemos seguir hablando por teléfono. —¿No trabajás más en el taller de Cacho? Me habló bien de vos la última vez que fui. Hago una mueca y me quedo en silencio por unos instantes. —Pedí un tiempo para recuperarme. —Silencio nuevamente—. Rodrigo, si yo no te llegara a parecer linda, ¿seguirías hablando conmigo? —¡Claro que sí! Ya te dije que quiero ser tu amigo, chica ermitaña, y además me das muchísima curiosidad. Creo que tenés varios secretos escondidos y quiero conocerlos. —Se ríe entre dientes—. Yo tampoco soy lo más lindo del mundo, pero vos estás en ventaja porque ya me viste. —No digas tonterías, sos un hombre muy lindo. Desde siempre que... —Me muerdo la lengua cuando digo lo último. Siempre meto la pata. —¿Desde siempre? —interroga con interés—. ¿Me conocés desde antes? —No, no. Quise preguntar si desde siempre que sos así de lindo o... —Maldita sea, la sigo cagando. Escucho que se ríe y siento que se mueve. —No lo sé, siempre tuve ojos azules y cara de nene bueno, si es que te referís a eso. Si hablás de mi imponente físico... No hace mucho que tengo músculos, pero esa es una historia muy larga y debería contártela en persona. —Estoy ansiosa por escucharla. —Me pongo de pie porque siento mis piernas dormidas y empiezo a caminar. —Yo también tengo muchas ganas de seguir escuchando muchas anécdotas tuyas, siento que podría escuchar tu voz por años y no me cansaría. Es sexy. —Mi primer trabajo fue en una línea erótica —cuento—. Necesitaba plata y no me quedó otra, mi amiga me mandó ahí diciendo que era un call center. —¿Y tenías que gemir y esas cosas? —interroga con interés. —Mm, sí, a veces. Más que nada era hablar casi susurrando, más pausado y decir cosas calientes. Siempre me preguntaban qué tenía puesto y les decía desnuda o en ropa interior, cuando en realidad estaba con un buzo hasta el cuello y pantalones de franela. —¿Y vos te excitabas? —cuestiona. Suelto una carcajada y decido volver a sentarme. —No, o sea, quizás a veces las charlas se volvían algo interesantes... Pero yo estaba actuando y era mi trabajo, así que no terminaba de engancharme en la situación. Se notaba que varios eran algo raritos. —Debería haber llamado —murmura. Me río. —No duré mucho igual, creo que estuve cuatro meses. Era algo inaguantable. —¿Podés hacerme una charla erótica privada? —pregunta y lo siento removerse en el asiento—. Estaría bueno. —No te prometo nada, pero por las noches suelo estar más dispuesta a esos juegos, así que... —Sin dudas, en estos días te llamo por la noche y jugamos a la línea erótica —me interrumpe con tono divertido. Siento mi rostro sonrojarse. —Trato. —Total, ni sabe que soy yo y jamás me va a ver, así que no pierdo nada. Además va a ser bastante sexy. —Tengo que colgar, Jazmín, pero espero que hablemos más tarde. —Está bien, perfecto. Nos hablamos después. —Hasta luego, chica ermitaña. —Me río y le devuelvo el saludo antes de colgar. Exhalo toda la tensión e inspiro aliviada. Creo que la conversación no salió nada mal. Es más, estoy muy contenta con el resultado. Me invitó a tomar un helado y acepté. ¿Sabrá quién soy si me ve a la cara? Me da la sensación de que no. Y en caso de que me recuerde, ¿se enojará por haberle mentido? La verdad que en ese sentido estoy bastante nerviosa. Ahora estoy intentando tomar fuerzas para la charla erótica, algo me dice que me va a llamar esta noche. Mientras camino, decido hacer algunas compras navideñas para mi familia. A mi mamá le compro una de esas bolas que agitas y cae nieve con el cascanueces en miniatura, ella es súper fan de eso. Mi papá se llevará una gran sorpresa cuando vea a su nombre grabado en uno de sus autos favoritos, solo que en forma de llavero. Y mi hermano se lleva el regalo de un par de pantalones. No es gran cosa, pero sé que ellos no son para nada materialistas y me matarían si gastara fortunas en ellos. Una remera con un dibujo en forma de caballo en el centro llama mi atención y sonrío antes de entrar a comprarlo. Me hizo recordar mucho a Rodrigo y creo que le quedaría bastante bien, aunque en realidad parezco una loca acosadora haciendo esto. Quizás le puedo decir a mi hermano que se lo dé. ¿Por qué no puedo borrar esta maldita sonrisa de mi cara? Dios, me siento como una adolescente de nuevo, aunque admito tener miedo de que a Rodrigo deje de interesarle en cuanto vea quién soy. Estoy segurísima de que va a pasar eso. Aprovecho para comprarme un pantalón que vi a un precio bastante accesible y, cuando estoy en el probador viendo cómo me queda, escucho una conversación. —¿Esta no es la hermana de Sebastián? —pregunta una de las vendedoras en un cuchicheo. Se ve que la otra asiente porque prosigue—. Ah, con razón Rodrigo no volvió a llamarme. Seguro la vio y quiso estar con ella. Y bueno, siempre pensé que iban a estar juntos. Frunzo el ceño. ¿Cómo sabe que soy yo y por qué cree que estoy con él?
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD