Esa mañana, cuando se fue a entrenar y mientras trataba de maquillar los moretones que la última golpiza me había dejado en el cuerpo, me di cuenta que era hermosa. Recordé las miradas de aquellos compañeros suyos de los cuales estaba celoso, y a los cuales respondía violentamente. En ese momento comprendí que yo no era la culpable de aquellas actitudes…
Descubrí que me golpeaba cuando no respondía como él quería, no cuando me vestía provocativamente, ni cuando hacía algún gesto… fue entonces que decidí, que fuera de esa enorme mansión en Múnich, donde habíamos vivido los últimos tres años, o mejor dicho, donde sobreviví los últimos tres años, había un mundo y que en él, podía encontrar alguien que si me quisiera.
Fue entonces que pensé que si el resultado iba a ser el mismo, iba a vivir mi tortura, de la manera que me hiciera más feliz.
No recuerdo aun si acabé en el hospital por haberme gastado la mitad de su salario, o por haberlo hecho en la colección de ropa más sexy que encontré. El caso es que su buen susto se pegó cuando me desmayé, y me sirvió para hacerle una buena amenaza de contarle a los medios lo que me hacía, si no me dejaba hacer mi vida, lejos de la suya. Bueno, lejos a medias…
- ¡Haz tu vida, estoy cansada de ti! ¡Quiero el divorcio!
- ¿Qué? ¿Te volviste loca?
- No me amas, no te amo…
- ¿Desde cuándo no me amas? (tomándome del brazo fuertemente)
-No lo sé… pero no puedo seguir así… ¡tú tampoco! ¡Por dios! Date cuenta… haz tu vida, sal con las mujeres que quieras, ¡te juro que no me importa! ¡Pero déjame en paz! (volteando para ir a mi habitación)
- ¡Te advierto (gritando) que me dejas y tu familia pierde las empresas! Y a ver como se lo explicas a tu padre.
- Te odio, ¿sabías? (sonriendo irónica)
Seguía atada a él. A los golpes cuando venía borracho o insatisfecho de sus relaciones extramatrimoniales, pero al menos conseguí que me dejara vestirme a mi modo, y dormir sola. Si. Me cambié de habitación y ya podía encerrarme e impedir que quisiera acercarse a mi en las noches. Dejé de ser su mujer.
Volví a mis rutinas en el gimnasio, a tomar sol en el fondo de la casa. Eso sí… puertas para afuera debía seguir siendo la esposa ideal. Sonreír, celebrar sus anotaciones y logros… hablar en las revistas de lo bonita que era nuestra relación. En fin… todas esas cosas que una buena esposa de un basquetbolista estrella de la Liga Alemana debe hacer mientras su esposo se dedica a mejorar su cuerpo, levantando pesas, para estar a punto para el siguiente partido que lo hará seguir ganando millones que luego ella malgastará en ropa de marca.
Una de las grandes críticas que la prensa rosa me hacía, y él también, era que yo misma iba a hacer las compras al mercado. Claro… a otras se les podían caer las uñas. A mi no. Además, normalmente me entretenía buscando algún veneno, aunque finalmente, y como no tenía nada mejor que hacer, me esmeraba por hacer una comida exquisita y que al menos, me hiciera olvidar la soledad en la que vivía hacía ya cuatro años, pero que se había incrementado en los últimos tres, pues me la pasaba encerrada tratando de recuperarme de las golpizas y ni siquiera tenía amigas…
Apenas conocía a las esposas de sus compañeros de equipo. Claro… ellas se la pasaban organizando reuniones a las que él me impedía ir. No fuera cosa que alguno me mirara demasiado…
Ese día, iba distraída, como de costumbre, tratando de pensar que era una princesa de alguno de los cuentos que mi madre me leía de niña y que un príncipe vendría a rescatarme de mí encierro, cuando no me percaté que choqué a alguien con mi carrito de compras.
- Disculpe… (Le dije sin levantar la vista)
- Disculpa tú, bonita…
No se por qué, pero esa voz con un extraño acento, me generó una sensación extraña… ¿“bonita”? Todo mi cuerpo se estremeció y automáticamente levanté mi vista. En ese instante, me enamoré de aquella sonrisa que no se quitaba de ese hermoso rostro de ojos café que me examinaban de pies a cabeza…
En ese instante en que los músculos de mi rostro comenzaban a perder su voluntad y estuve a punto de devolverle la sonrisa, recordé que era casada… y que eso no podría cambiarlo jamás. Giré lo más rápido que pude, pero su sonrisa seguía fija en mi retina, como si el chico aun estuviera cerca de mí… ¿o aun lo estaba?
Me siguió un buen rato por entre las góndolas del mercado. Cada vez que giraba a tomar alguna lata, lo veía de reojo… disimulaba buscar algo en la otra punta, pero sonreía, lo pillé varias veces.
Y debo confesar que ese jueguito me gustaba. No se si porque era la primera vez que un hombre que no fuera mi marido ocupaba mis pensamientos, o por lo bien que me hizo sentir que alguien me mirara como mujer después de tantos años, pero su rostro no salía de mi mente. ¡Rayos! Parece que tuviera mil años y un joven me hubiera mirado luego de haber estado viuda medio siglo. Algo así me sucedía, aunque seguramente aquel joven, era un poco mayor que yo.
No podía dormir en las noches, imaginándome junto a él… lo deseaba. Deseaba a aquel desconocido que me había estado siguiendo en el mercado. Lo deseaba con locura, tanta… que cada vez que iba a la compra, volteaba a ver si no me estaba mirando. Pero no estaba…
No podía evitarlo… por primera vez en mi vida mi cuerpo sentía deseos de un hombre y eso me avergonzaba. A pesar de haberme dado cuenta que lo que sentía por mi esposo, aun al momento de casarme, no era más que costumbre de estar a su lado, a pesar de todo lo que me había hecho durante los años que llevábamos juntos, me sentía mal por engañarlo de pensamiento. De pensamiento y de cuerpo…
Me reía sola, cerraba mis ojos y nos veía formando la familia que siempre soñé… definitivamente ese desconocido me había devuelto a la vida…