Sebastián miró su reloj, aún eran temprano en términos de una persona latina. No entendía esa extraña costumbre de no llegar temprano a las citas que la mayoría de las personas en México tenían. Eran las ocho y diez de la noche, un poco más de la hora en que se suponía que recogerían a Mariana. Sebastián llevaba veinte minutos esperando, estaba muy cerca del estacionamiento, pero no lo suficiente para evitar que Mariana reconociera su auto. Observaba con cautela, esperando que las chicas no hubieran cambiado los planes, porque el único idiota ahí, sería él y había pospuesto mucho trabajo con tal de presenciar una faceta diferente de Mariana. Cinco minutos más tarde, Sebastián vio un auto estacionarse, justo frente al edificio de Mariana, era un auto blanco, pequeño, aunque no reconoció e