Resoplo en cuanto Santiago sale corriendo con la excusa de averiguar qué está pasando, pero sé que en realidad debe estar arrepentido de lo que me dijo. Él es así, dice una cosa y luego hace otra. Arrastro los pies hacia donde están todos. Las chicas están acurrucadas en una orilla mientras los hombres corren e intentan atrapar algo con las manos. Ana está sentada sobre un tronco, mirando la escena con expresión divertida. Me acerco a ella y me siento a su lado. —¿Hay un cocodrilo? —cuestiono intentando distinguir al animal. Suelta una carcajada. —¡Nah! Creo que es un lagarto. Bueno, un lagarto enorme, pero no es un cocodrilo. Hago una mueca de ignorancia y entrecierro los ojos para poder distinguir algo. Veo puras manos dando manotazos al agua, como si así fueran a cazar al bicho.