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Stefan permanecía mirando por la ventana de su despacho de la Sede Central de Schmidt Multinational Corporation con las manos en la espalda. No podía negar que echaba de menos a esa mujer que lo volvía loco con sólo mirarlo y a esa niña que adoraba y que deseaba besar esas mejillas regordetas que se le habían puesto, pero en ese lugar no se encontraba solo. Hilbert estaba sentado en uno de los sillones trabajando en su portátil. Ambos estaban preparándose para el juicio. Hilbert dejó de escribir en el ordenador y miró a su amigo. “Desde que se marcharon tiene ese humor de perros. ¿Por qué le dijo que se marcharan? Este hombre…”, pensó el hombre moreno. En ese momento, la imagen de Elyse le vino a la mente. No podía parar de pensar en esa chica que, según ella, los trajeados no le

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