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Khatia
Despierto y lo primero que puedo notar es que no estoy en mi cama, esta es el doble de grande. Estoy vestida con una bata de satén rojo, no recuerdo que diablos fue lo que sucedió.
Levanto la sabana y pongo mis pies en la fina alfombra, es suave. Miro la hora en el reloj que marca las 10 de la mañana, no puede ser.
Camino por la habitación y ese olor quiere hacerme recordar pero no puedo, la cabeza me duele horrores. Me acerco a la puerta corrediza de cristal y veo una piscina, dentro de ella esta él, entonces todo en mi interior se contrae y los recuerdo me llegan de golpe.
—Bianchi.
Puedo ver su espalda y un maldito tatuaje que no noté antes quizás por que estaba demasiado caliente para hacerlo.
Él nada con gracia por toda la longitud del agua, malditamente sabe lo que hace.
Regreso a la cama en busca de mi vestido pero no esta, abro el armario y mis ojos casi podrían salirse de su lugar por la tremenda impresión que me llevo.
Hay muchísima ropa de mujer en este armario, vestidos formales, vestidos cortos, playeros, blusas básicas, pantalones, faldas, abrigos.
Suelto el aire maldiciendome mentalmente. Este hombre debe estar casado y por jugar con fuego a la inspectora calienta miembros su esposa esta siendo engañada.
Yo odiaria ser engañada de esta manera, nadie merece la infidelidad.
—Puede que estés haciéndote una novela en tu cabeza, inspectora. –asegura con tono divertido.
Me giro para verlo y trato a toda costa de evitar que observe que me ha tomado desprevenida. Lleva solo una maldita toalla al rededor de su cuerpo, en la parte baja para ser más específica. El cabello mojado y dios... ¿por qué tiene que ser tan estúpidamente sexy?
—Tú no sabes lo que yo estoy pensando. –cierro la puerta del armario y camino lejos del demonio delicioso que tengo enfrente–, solo necesito mi ropa.
Bianchi camina hasta mi y yo trato de no sentirme acorralada. Pone sus manos en mi espalda y me paga a su cuerpo húmedo, cabe mencionar que la tela del camisón es demasiado fina y puedo sentir frío, mis pezones también lo sienten y se alzan en protesta.
—Se dice buenos días, Khatia. –señala y deja un pequeño beso en mis labios.
Yo solo puedo sentirme gelatina. Maldita sea. Ve que no correspondo a su beso y sonríe para después depositar uno en la punta de mi nariz.
—Esa ropa es exclusivamente para ti, todo esta nueva, con etiqueta si quieres corroborar, ponte algo que te guste y baja conmigo a desayunar. ¿Si?
Él sin pudor alguno se deshace de la toalla mientras camina al otro lado del armario, evito mirarlo pero soy débil, veo ese tatuaje a mitad de su espalda, ese trasero bien puesto en su sitio. Los músculos de su espalda se tensan con el más mínimo movimiento y siento que babeo. Estira su brazo y puedo ver la gloria en ellos, ni siquiera a Nikolai se le notan tanto las venas... Eso quiere decir que tiene buena circulación.
Me río internamente por lo estúpida que me escucho pensando eso. ¿Qué más da su circulación? Él se gira y puedo ver por qué es putamente necesaria la buena circulación. Su m*****o se erige con glorioso poder, es un maldito dios y yo comienzo a tener hambre.
No reacciono hasta que veo que camina hasta mi y se para de manera desafiante frente a la gelatina caliente que soy ahora.
—Pagaría por saber que piensas cuando me miras así. –susurra cerca de mis labios.
Me atrevo a subir mi mirada y los entreabro para hablar, pero no sale nada.
Sus ojos son preciosos, ámbar que anuncian peligro, esas facciones masculinas pero perfectas, cejas definidas y pobladas, nariz recta y prolija, labios carnosos, esa quijada, joder, su cuello, su maldita piel. ¡Mierda! Estoy perdida en su infierno y en todo lo que en el hay, y solo hay una forma de salir de aquí y será muerta.
—¿Puedo hacerte mía, otra vez? –cuestiona y niego con la cabeza pero mi interior grita un rotundo sí.
Sonríe como si le hubiese contestado lo contrario y vuelve a dejar un beso en mis labios, camina con paso decidido al armario y toma su ropa, se cambia de manera rápida, peina su cabello y se rocía un poco de perfume, todo bajo mi mirada perpleja.
Lleva un pantalón oscuro y una camisa de manga larga color ladrillo, coloca sus mocasines a juego con ella, se cuelga una cadena bastante llamativa de oro puro, un par de anillos y me regala una mirada coqueta. Da grandes zancadas hasta mi y me toma con fiereza y asalta mi boca con su lengua gimo cuando siento sus manos presionar mi cuerpo contra el suyo, ese aroma me marea pero de manera s****l, baja sus besos hasta la piel de mi cuello y continúa hasta mi clavícula, lame el camino hasta mi oreja.
—No tardes preciosa, tengo mucha hambre. –susurra en mi oído.
Se separa de mi, se arregla la ropa y el cabello, me guiña un ojo y sale de la habitación.
Yo incapaz de seguir con esto camino hasta una puerta y rezo por que sea el baño, una vez que descubrí que efectivamente si es voy directo a la ducha, quiero relajar mi cuerpo, mis ganas, mi mente.
No es correcto, no estoy haciendo bien y estoy jugando un juego peligroso con el que se supone es mi principal objetivo. Estoy comprometiendo años de trabajo en cubierto, de análisis de todo.
Pero también esto podría ayudarme, claro si puedo controlar las malditas hormonas.
Salgo de la ducha y busco ropa para ponerme. Tengo que salir de aquí de inmediato.
Elijo un jeans de mezclilla y una blusa simple negra, busco algo con que calzarme y vaya que este hombre esta loco. Hay infinidad de calzado, todo a medida justa. Tomo unas botas tácticas por si debo correr, me pregunto mentalmente ¿Por qué diablos él tendría unas de esas preparadas para mi?
Abro la puerta y observo todo, no es la misma casa a la que fuimos la noche del 24, esta es distinta. El aire se siente fresco, salado, y mi pánico aumenta. No estamos en la ciudad, ni siquiera creo que estemos cerca de una.
Observo el pasillo y bajo las escaleras con lentitud, esta muy sola esta casa y me pone de punta los nervios.
—Señorita, el amo la espera en el jardín para tomar el desayuno.
Pongo mi mano en el pecho calmando mi maldito corazón gallina.
—Lo siento, no quise asustarla.
—Descuida, ¿podrías indicarme donde esta el jardín?
Ella asiente y me guía hasta el jardín, esta casa tiene muchas fotos de una mujer mayor pero preciosa, quizás su madre.
—La señora Bianchi, la madre del amo. –me dice ella cuando nota mi mirada fija en la fotografía.
—¿Por qué le llamas amo? ¿Te tiene de esclava aquí? –inquiero y ella niega sonriente.
—No, es por respeto, mi madre servía a su difunto padre, yo lo sirvo a él.
—¿Ustedes saben lo que él... Hace?
—No es nuestro asunto. Pero sí, sabemos lo que él hace. Y aunque todos pueden señalarlo como un hombre malo, la verdad es que es todo lo contrario. Pero por favor, no diga que habló conmigo de eso. Él prefiere mantener su vida privada así, privada.
Seguimos el camino hasta el jardín y cuando llego lo observo hablando por teléfono. La chica se va y me deja ahí, con un nudo en el estómago.
Él ríe sonoramente y siento un escalofrío recorrerme entrera. Me aclaro la garganta y él se gira y me sonríe.
—Ci vediamo dopo, ti voglio bene mamma. (hasta luego, te amo mamá)
Cuelga la llamada caminado hasta mi, me hace una seña para que me siente y se sienta frente a mi.
—Espero que tengas hambre, el desayuno está listo.
Bianchi toca la campanilla que tiene a un lado y varias mujeres entran al jardín con bandejas de comida.
El jardín es enorme, bardas muy altas para mi gusto, césped bien cuidado, hay un par de flamencos rosas por algún rincón de este y un estanque bastante bonito. Hay palmeras y eso me indica que efectivamente no estamos en la ciudad.
—¿Planeas como escapar? Cuando termine el desayuno te muestro la salida, no te tengo secuestrada Khatia, estamos aquí por que tú me lo pediste y yo quiero complacerte siempre.
Siento la vergüenza subir por mi cuello para detenerse en mis mejillas.
—No recuerdo nada de anoche, lo que yo haya dicho no...
—No te preocupes, por lo menos no dijiste que me amas y creo que esta bien. Lo demás es lo de menos.
Bajo la mirada hasta mi plato que contiene un apetecible desayuno, muy al estilo italiano.
Un croissant, hay sobres de lo que supongo son tés, una tetera, una de expresso, un vaso de jugo de naranja y fruta en trozos.
—Hay croissant semplice o relleno de chocolate. Puedes tomar en que prefieras.
Asiento y tomo uno relleno de chocolate, tomo la taza de expresso y le doy un trago, me sabe a gloria. Me llevo un pedazo de croissant a la boca y sin querer gimo sintiendo la tibieza del pan, lo dulce del chocolate y el sabor a mantequilla.
Cierro los ojos y recuerdo a mi madre, ella siempre me consintió con estas cosas a pesar de que odiaba cocinar pan.
Siento ese nudo en el pecho y dejó salir el dolor por los ojos, durante una semana lloré por su muerte y todavía duele como ese día en el que recibí la maldita llamada.
Siento como Bianchi se acerca a mi y se pone de rodillas a mi lado, me quita el pedazo de pan de mis dedos y lo deja en la mesa.
Limpia mis lágrimas y besa mis manos. Su mirada tierna me hace olvidar por segundos quien es.
—No sé qué ocurre Khatia, ni siquiera sé si en algún momento lo sabré, pero si puedo hacer algo para que deje de doler, lo haré, lo juro.
—Mi madre fue asesinada en Rusia, no sé quién lo hizo, por qué o con que fin y... Me está consumiendo esta maldita culpa, si yo hubiese estado en Rusia ella quizás...
—Estaría muerta, –interrumpe–, y tú también Khatia. Tú mejor que nadie sabe que estás cosas pasan, en este ambiente no podemos permitirnos debilidades y lamentablemente nuestros enemigos creen que familia lo es, por eso se vuelve su principal objetivo.
—Solo quiero saber quien fue y hacerlo que pague por ello. Quiero volver a tener la vida de hace tres días, una vida rutinaria detrás de mi escritorio, leyendo informes y atrapando delincuentes.
»quiero poder ir mi maldito bar favorito a bailar y beber vodka sin terminar enredada en la cama de alguien que seguramente revolucionará mi puta vida que de por sí es una mierda. Quiero ser Khatia Markova, la inspectora Rusa que llegó en el mejor momento a salvar el peor lugar del mundo.
—Khatia yo...
—¡No! –lo interrumpo y me levanto de la silla–, ¿Acaso no te das cuenta? ¡Tú eres el líder de la maldita mafia italiana! Tú eras mi objetivo.
—¿Lo era? –cuestiona sereno.
—¡Aún lo eres! ¿Y mira donde estoy? Follando contigo y bebiendo expresso en el jardín de una casa que seguramente está lejos de la ciudad. Intimando con el enemigo.
—Yo no soy tu enemigo, Khatia. –asegura tomando mis manos–, ni siquiera tenemos que pelear esta estúpida batalla, no es nuestra.
»Podemos hacerlo diferente, solo piénsalo, no iniciemos una guerra que no estoy dispuesto a terminar.
Fijo mi mirada en él. ¿A qué carajo se refiere?
—Anoche tú... Tú me dijiste que en algún momento debías matarme, y yo te respondí que también tendría que pasar por eso, pero mentí. Quizás si no hubiese pasado una de las mejores noches a tu lado, si no te hubiese conocido esa noche en el bar, quizás te hubiese matado sin problema. Ahora ya no puedo.
—Debes estar jodiendome Bianchi. ¿Realmente crees que voy a caer en esas patrañas?
—No son mentiras Khatia. Quiero dejar esta guerra estúpida y quiero que vengas conmigo.
Siento como el alma abandona mi cuerpo, debe estar jugando conmigo aprovechándose de mi debilidad.
—Quiero irme a casa. –informo sin siquiera mirarlo y le doy la espalda caminando al interior.
Debo alejarme de él lo más pronto posible.