Él me besa una vez más, solo puedo pensar en Iyad. —¡Yaman, suéltame! Aún estoy muy molesta contigo. Él se aparta y después se deja caer a un lado de mí. Toco su frente, que alivio, su temperatura es normal. Toma mi mano, deja un beso sobre mis nudillos. —Del uno al diez, ¿cuánto me odias? —Yo no te odio, Yaman, me siento molesta y decepcionada. Tú no tienes derecho sobre mi vida, tomaste la decisión de dejarme ir, pero... ¿Alguna vez te preguntaste lo que yo quería? —¡Lo sé, soy un imbécil que lo arruina todo! —Sí, lo eres, pero aun así nunca podría odiarte, Yaman. —Una mujer vino en la tarde, su padre fue el hombre que construyó la mansión después del incendio. El hombre falleció, su hija encontró el diario de mi padre entre sus cosas. Ella cree que su padre lo encontró en