—Aun no entiendo por qué seguimos aquí sin hacer nada. –señala Alexander mientras nos mantenemos estacionados observando. —Solo necesito ver. —¿Ver qué, Ginebra? —Necesito ver, algo. —Tienes que ser completamente honesta conmigo por qué me estoy arriesgando a qué Adán me corte la maldita cabeza por haberte sacado. Tengo un hijo, ¿Te lo dije? —Si, durante todo el camino, me lo repetiste por lo menos unas diez veces y las mismas diez te escuche. No pretendo que tengas problemas con Adán, además tú te ofreciste a traerme, yo no te obligué. —¿Estás consciente de que sola no ibas a poder salir de la casa? —¿Quién me lo iba a impedir? Soy la esposa del gran Adán Martell, puedo hacer lo que yo quiera mientras él no sepa. —Te ves más confiada que hace rato y eso me asusta. ¿Hablast