En la antigua Grecia, la pasión y el deseo podían ser tan destructivos como el odio y la guerra. El mito de Hades y Perséfone es un recordatorio de cómo el amor puede surgir incluso en los lugares más oscuros. Hades, el dios del inframundo, se enamoró de Perséfone y la raptó para llevarla a su reino sombrío. Aunque su amor era profundo, fue también una fuente de dolor y conflicto, tanto para Perséfone como para los dioses del Olimpo. Este mito nos enseña que el amor puede florecer en las sombras, pero también que esas sombras pueden consumirlo todo si no se manejan con cuidado.
De regreso en el apartamento de Jade, Alexander la miró con una intensidad que la dejó sin aliento. “Eres preciosa Jade.” Susurró mientras la observaba detenidamente "Por Afrodita que eres la humana más hermosa".
Jade se sonrojó y bajo su mirada por completo, sintiendo una mezcla de emociones que no podía describir. La intensidad de Alexander era tanto atrayente como aterradora, y no podía evitar preguntarse qué deparaba el futuro para ambos.
Alexander la tomó por la cintura, sus labios rozando los de ella en un beso suave pero cargado de promesas oscuras. “Eres mía, Jade. Nunca lo olvides.”
Jade cerró los ojos, dejando que el momento la envolviera. Sabía que estaba atrapada en un juego, y que su vida nunca volvería a ser la misma. Pero también sabía que, a pesar de todo, no podía evitar sentirse atraída por la oscuridad y el misterio que Alexander traía consigo.
Y así, mientras la noche caía sobre la ciudad, las sombras del pasado y los lazos presentes se entrelazaban en un juego de poder, amor y traición. Los dioses observaban desde las sombras, cada uno con sus propios planes y deseos, mientras Jade y Alexander se adentraban cada vez más en un mundo de secretos y peligros.
Alexander acercó a Jade aún más, profundizando el beso con una intensidad que dejaba entrever el deseo contenido que había estado acumulando. Sus manos se deslizaron lentamente por su espalda, recorriendo cada centímetro con una mezcla de ternura y posesividad. La apretó contra él con una fuerza que hacía evidente la urgencia de sus sentimientos, como si quisiera fundirse con ella en ese momento.
Jade respondió instintivamente, sus manos temblorosas aferrándose a las solapas de su elegante traje, sintiendo la textura del fino tejido bajo sus dedos. La sensación de sus labios sobre los suyos era como una corriente eléctrica, enviando oleadas de calor por todo su cuerpo. La presión de sus cuerpos, el contacto cercano, todo contribuía a una mezcla embriagadora de placer y necesidad.
Los labios de Alexander se movían con destreza sobre los de Jade, explorando y reclamando cada rincón. De vez en cuando, sus besos se tornaban más suaves, solo para volver a intensificarse con una pasión renovada. Jade, perdida en el momento, dejó escapar un suave suspiro contra su boca, alentándolo a seguir.
Las manos de Alexander no se quedaron quietas, continuaron su recorrido, subiendo por su espalda y acariciando sus hombros antes de volver a descender. Sus dedos se enterraban ligeramente en su piel a través de la tela, dejando una estela de calor dondequiera que tocaban. Jade podía sentir cada músculo tenso bajo el elegante traje, cada latido fuerte de su corazón.Mientras los besos se profundizaban, Alexander inclinó ligeramente la cabeza, cambiando el ángulo para explorar nuevas sensaciones. Sus labios se separaron por un momento, solo lo suficiente para que ambos pudieran tomar una bocanada de aire antes de volver a unirse con más fervor. La cercanía de sus cuerpos, la urgencia de sus movimientos, todo hablaba de una conexión intensa y casi desesperada.
Los dedos de Jade se deslizaron desde las solapas hasta el cuello de Alexander, acariciando suavemente su nuca. La textura de su cabello bajo sus dedos, la firmeza de su piel, todo contribuía a la intoxicante sensación de estar completamente inmersa en el momento. Cada toque, cada caricia, era una afirmación de lo que sentían el uno por el otro, una promesa silenciosa de más.
La respiración de Alexander se volvió más pesada, y Jade podía sentir el calor de su aliento contra su piel. Sus labios se movieron desde los de ella hasta su mejilla, dejando un rastro de besos suaves hasta llegar a su cuello. Alexander depositó besos ardientes en su piel, cada uno provocando un suspiro, un estremecimiento que recorría su espina dorsal.
Jade arqueó ligeramente la espalda, presionándose más contra él, buscando más de ese contacto embriagador. Alexander respondió con un gemido bajo, sus manos afianzando su agarre mientras sus labios continuaban su viaje, explorando cada pulgada de su cuello con una devoción casi reverente.
En ese momento, el mundo exterior dejó de existir para ambos. No había pasado ni futuro, solo el presente, lleno de besos y caricias, de deseos no expresados que se manifestaban en cada roce, en cada suspiro compartido. La pasión que compartían era palpable, una fuerza poderosa que los unía de una manera que palabras no podían describir.
El tiempo parecía detenerse mientras se aferraban el uno al otro, cada segundo estirándose en una eternidad de sensaciones. Jade y Alexander estaban perdidos en su propio mundo, un mundo donde solo existían ellos dos y la intensidad de su conexión.
Finalmente, Alexander se separó de ella, ambos respirando con dificultad. Sus ojos, oscuros con deseo, la miraron fijamente. “Jade... no sabes lo difícil que es detenerme.”
Jade, con el corazón acelerado y las mejillas sonrojadas, murmuró, “Alexander, yo...”
Él levantó una mano, acariciando suavemente su mejilla. “Es tarde. Deberías descansar.”
Jade, sintiendo una conexión inexplicable con él, asintió lentamente. “Quédate conmigo esta noche.”
Alexander se sorprendió, sus ojos destellando con una mezcla de emociones. “¿Estás segura?”
“Sí,” respondió Jade, su voz apenas un susurro. “Por favor, quédate.”
Se dirigieron a la habitación de Jade. Mientras ella se preparaba para dormir, Alexander la observaba, su mente llena de pensamientos y deseos conflictivos. Cuando finalmente se acostaron, Alexander la rodeó con sus brazos, atrayéndola hacia él. Jade, sintiendo el calor y la seguridad de su presencia, se acomodó contra su pecho, cerrando los ojos.
Alexander, por primera vez en siglos, se encontraba en una situación que lo desafiaba de una manera nueva. Observó a Jade mientras dormía, su respiración lenta y regular. Sus labios, su nariz, cada rasgo de su rostro lo fascinaba. Era una pequeña humana indefensa, y sin embargo, había despertado en él sentimientos que nunca había experimentado.
Frunció el ceño al darse cuenta de que esta era la primera vez que no buscaba intimidad física, sino que simplemente deseaba estar con ella. Este sentimiento de cuidado y protección era nuevo y desconcertante.
¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué esta humana tenía tanto poder sobre él?
Mientras Jade dormía, Alexander comenzó a sentirse extrañamente en paz, algo que nunca había experimentado antes. Cerró los ojos, permitiéndose finalmente relajarse. En sus sueños, se encontró en un lugar oscuro y nebuloso. De repente, una figura apareció frente a él. Era Morfeo, el dios de los sueños.
“Eros, sabes muy bien lo que sientes por esa humana,” dijo Morfeo, su voz ecoando en la oscuridad. “No es solo una obsesión por poseerla.”
Alexander frunció el ceño, negando con la cabeza. “No. No es eso. No puede ser.”
Morfeo se acercó, su expresión seria. “Sabes que estoy en lo cierto. Debes tener mucho cuidado, Eros. Los dioses que menos te imaginas son los que intentarán hacerle más daño a esa humana cuando se enteren de tus verdaderos sentimientos.”
Un terror profundo invadió a Alexander al pensar en Jade siendo lastimada. El miedo por su seguridad lo despertó abruptamente. Se encontró de nuevo en la habitación de Jade, su corazón latiendo con fuerza. La miró, dormida a su lado, su rostro sereno. Jade se movió en su sueño, abrazándolo por la cintura. Una oleada de electricidad recorrió su cuerpo, pero esta vez no era de deseo, sino de algo más profundo.
“Me siento muy protegida y extrañamente feliz contigo,” murmuró Jade, medio dormida.
Alexander sonrió sin siquiera darse cuenta. “¿Qué más sientes conmigo aquí?” susurró, queriendo escuchar más.
“Deseo,” respondió Jade sin pensar, haciendo que Alexander se tensara.
Movió su mano por su espalda, causando que Jade soltara un leve gemido que llegó hasta el último nervio de Eros. Alexander se detuvo al darse cuenta de que su mano estaba en el vientre bajo de ella, y la respiración de Jade era entrecortada. Se separó con cuidado de ella, tratando de no despertarla. Negó con la cabeza, sintiendo la presión en sus pantalones. Decidió que era mejor irse antes de perder el control.
Mientras se levantaba para irse, Jade murmuró en su sueño, “Te quiero, Alexander.”
Alexander se quedó quieto por un momento, sintiendo una calidez en su pecho que nunca había experimentado. La miró una última vez antes de salir de la habitación, sabiendo que su vida había cambiado para siempre.
En la oscuridad de la noche, mientras los dioses conspiraban y los mortales dormían, una nueva historia de amor y traición se estaba tejiendo. Alexander sabía que sus sentimientos por Jade lo ponían en peligro, pero también sabía que no podía resistir la atracción que sentía por ella.
El destino de Jade y Alexander estaba entrelazado con los caprichos de los dioses, y solo el tiempo diría qué les deparaba el futuro. Pero una cosa era segura: su amor estaba destinado a enfrentar pruebas y desafíos que ningún mortal o dios había conocido antes.
Y así, mientras la noche se desvanecía y el amanecer se acercaba, Alexander dejó el apartamento de Jade, decidido a protegerla a cualquier costo. Porque aunque no quisiera admitirlo, se estaba enamorando de ella. Y ese amor lo haría más vulnerable y más poderoso que nunca.
La intensidad de sus sentimientos por ella lo consumía, y la necesidad de protegerla se convertía en su prioridad absoluta.
“Jade,” murmuró para sí mismo, “haré lo que sea necesario para mantenerte a salvo. Incluso si eso significa enfrentar a los dioses.”
La noche era profunda y silenciosa cuando Alexander finalmente llegó a su destino. Entró en su lujoso apartamento, sintiéndose más inquieto que nunca. La imagen de Jade, dormida y vulnerable, seguía grabada en su mente.
Mientras se desvestía y se preparaba para dormir, Alexander no podía dejar de pensar en las palabras de Morfeo. “Te estás enamorando por primera vez en siglos.” La verdad de esa declaración lo golpeó con fuerza. Siempre había sido el dios del amor, pero esta vez, el amor que sentía era diferente. Era más profundo, más intenso y más aterrador.
Se tumbó en su cama, cerrando los ojos con fuerza. La imagen de Jade no desaparecía. Su suavidad, su fragilidad, su valentía. Todo en ella lo atraía de una manera que no podía explicar.
Mientras Alexander intentaba dormir, los dioses seguían conspirando en las sombras. Los celos, la envidia y el deseo de poder impulsaban sus acciones, cada uno moviendo sus piezas en un juego antiguo y peligroso.
Mientras los primeros rayos de sol iluminaban la ciudad, Alexander se durmió finalmente, su mente llena de imágenes de Jade. Su amor por ella era tanto su fortaleza como su debilidad, y estaba dispuesto a arriesgarlo todo por mantenerla a salvo.
El destino de los dioses y los mortales estaba entrelazado de manera irrevocable, y solo el tiempo revelaría las verdaderas consecuencias de este amor prohibido. Pero Alexander sabía una cosa con certeza:
Jade era suya, y haría lo que fuera necesario para protegerla, incluso si eso significaba desafiar a los mismos dioses del Olimpo.