Esa noche Sebastián soñó con ese momento, en como sus manos se habían posado sobre la curvatura de sus glúteos. En su aliento, incitándolo al deseo y en sus labios, acariciando los suyos como una droga, que apenas había probado y ya se había vuelto adicto. Pero cuando despertó, tuvo la desagradable sorpresa de que Mariana no estaba ahí, a su lado. Pudo tenerla esa noche, besarla, tocarla, convencerla de huir de ahí y llevarla a su casa para consumar su más ardiente fantasía, pero su maldita moral le había ganado la batalla. Pese a que había dejado pasar, quizás su única oportunidad, su humor no decayó, de hecho tenía el suficiente para levantarse y hacer ejercicio durante más de una hora. Su cuerpo, el cual le recriminaba por no haberle cedido la oportunidad de acostarse con Mariana, ne