—Por supuesto—Sebastián forzó una sonrisa—estaré ahí sin falta, ya qué has sido tú quien me lo pide. Mariana alzó levemente ambas cejas al escucharlo hablar, no comprendió que había querido decir, pero sus labios se curvaron en una media sonrisa porque hablar con alguien a quien casi no conocía, la había puesto algo nerviosa, más de lo que ella había previsto, pero el azúcar la había ayudado a tener un poco de valor para hacerle la invitación. Ella no notó que Sebastián estaba molesto. —Entonces, nos vemos luego—menciono Mariana. Sebastián la observo irse y subir al edificio de su departamento. Desde el interior de su auto, observo la figura de su cuerpo, alejarse, sus curvas contonearse mientras desaparecía de su vista, unas curvas peligrosas que estaban consumiéndolo. Interiormente,