La cafetería era hermosa, con luces tenues y paredes de ladrillos visto. Era imposible no sentirse atraído por el aroma a café recién molido o el aroma del caramelo y azúcar recién tostada.
Mariana se sintió tentada a pedir uno de los pastelillos qué vio en el aparador del mostrador, se veían apetitosos, pero sabía lo que pasaria si comía uno de ellos, era suficiente con el café, así que desvio su vista del pastel y miro a Sebastian, quién no había dejado de observarla desde que habían entrado.
Desde que la había conocido, desde que había fijado en ella su nuevo objetivo, Mariana nunca había mostrado un comportamiento como ese, tan dispuesta a convivir con él.
Sebastián no estaba seguro si ese comportamiento espontáneo era porque ella finalmente deseaba ser un poco más social con él, después de todo era su profesor y últimamente pasaban algo de tiempo juntos como para que no hubiese algún tipo de interacción entre ellos, al menos profesional, es decir Profesor-Alumna o si se trataba de una especie de comportamiento condicionado a su transtorno.
Él anhelaba qué fuera la primera opción, pero de no serlo, se permitió disfrutar de su compañía, una que no se sentía fría ni distante, sino más bien cálida. Había cierto brillo en sus ojos difícil de explicar.
—¿Cual es tu sabor favorito?—preguntó Sebastián recordando qué la última vez ella técnicamente le había rechazado el café justificando qué era por su sabor.
—¿Mi favorito?—se cuestionó a si misma mientras miraba el menú qué colgaba del techo.
Mariana repaso cada nombre hasta llegar a la esquina, luego sus labios se curvaron en una media sonrisa y se acercó al mostrador para pedir un capuchino cubierto de caramelo. Sebastián de igual modo pidió un café, un americano, pero mientras la joven se apresuraba a preparar el pedido. Mariana comenzó a buscar en su bolso para sacar una pequeña cartera de color rosa con un pequeño pompom de colores y una pequeña firgurita de un gato naranja.
—¿Eso para que es?—preguntó, pero enseguida su pregunta fue respondida cuando Mariana saco un billete para pagar—espera, no hace falta, fui yo quien te invito.
Mariana levanto la vista hacia él, no dijo nada, pero Sebastián noto que sus mejillas se iluminaban con un tono rosado qué le daba cierto encanto a su rostro.
—Pero, ya me esta llevando a casa, no hace falta que también me compre el café—intentó justificarse mientras el color tenue de sus mejillas se intensificaba conforme hablaba.
—Por favor—dijo Sebastián colocando su mano por encima de la suyas para que guardara su cartera. Mostró una sonrisa, no confiada como las que solía dar a cualquier chica, sino una más natural porque se sentiría ofendido de que Mariana volviera a rechzarle otro café—Lo pagaré yo.
Mariana se quedo en silencio por un momento mientras alzaba las cejas, luego asintió levemente y guardo la cartera nuevamente en su sitio. Sebastián pago ambos cafés y ambos volvieron al auto, aunque hubo un cambio en Mariana qué Sebastián noto enseguida, ella estaba callada.
—¿Pasa algo?—cuestionó cuando tuvo que detenerse unos metros más adelante luego de que el semaforo le indicará el alto.
Él la miró de reojo, estaba bebiendo su café, de hecho muy enfocada en hacerlo, como si su vida dependiera de ello. Entonces sonrió al ver que por primera vez había hecho algo bien para acercarse a ella.
Cuando Mariana alejó el café de sus labios, una pequeña gota cayo hacia su pecho cayendo justo en la piel qué su escote dejaba a la vista. Ella bajo la mirada y paso su dedo anular sobre aquella diminuta gota para después llevarse el dedo a la boca sin notar qué Sebastián la estaba observando.
Aquel acto inesperado de su parte, causó qué Sebastián se sintiera abrumado, así como inquieto porque se dio cuenta de que estaba excitado. Podia engañar a su mente respecto a la supuesta moral qué decía tener y que deseaba seguir al pie de la letra, pero su cuerpo tenía otras reglas qué no iban de acuerdo a lo que creía.
Su cuerpo deseaba a Mariana, más allá de lo que alguna vez había deseado a una mujer, la quería poseer, mostrarle cuanto placer podía llegar a sentir si tan solo tenía la oportunidad.
El sonido de un claxon sonando detrás de ellos, devolvió a Sebastián a la realidad. El semaforo ya había cambiando, así que había una fila de tres autos esperando avanzar.
Sebastian desvió la mirada de ella y trató de mantener la mirada fija en el camino mientras se recuperaba de aquella fuerte e intensa sensación qué por un momento le había palpitando entre las piernas.
—Profesor Sallow—escucho su voz, su tono era suave y tímido, eso causó qué Sebastián inhalara aire, más del necesario haciendo qué tanto sus pulmones como sus hombros se ensancharan.
—Por favor, fuera de la universidad no me llames así, solo dime Sebastián—se atrevió a decir, aunque sin mirar su rostro porque de lo contrario, se habría detenido y estacionado para besarla sin importarle qué hubiese dicho de él, pero no podía manchar así su reputación, por lo que únicamente se digno a sonreír con cierto orgullo.
—N-no, no podría—dijo Mariana con un atisbo de nerviosismo en su voz, entonces Sebastián volvió a mirarla de reojo. Tamborileaba sus dedos alrededor del vaso de café.
—¿Por qué no?—cuestiono con un aire relajado.
—Porqué es mi profesor—respondió Mariana, esta vez su tono de voz se escuchaba un poco más bajo, entre tímida y temerosa.
Sebastián soltó una pequeña carcajada.
—Si, lo soy, pero entendería tu punto si fueras una chiquilla de dieciocho años, ambos sabemos que esa etapa de coquetear con el profesor no es muy de tu estilo—dijo Sebastián para tratar de animarla a ser más abierta con él.
—Si—respondio llevándose el vaso de café en sus manos hacia sus pequeños labios para tomar otro sorbo.
—¿Y? ¿Podrás llamarme Sebastián?—volvió a insistir y Mariana giro hacia él. Finalmente habían llegado a los edificios donde vivía, así que cuando Sebastián se volvió hacia ella en busca de su respuesta ella simplemente asintió—¿Puedo escucharte?
—¿Disculpe?—dijo ella desprevenida.
—Si, que me llames por mi nombre, si estas de acuerdo, claro—propuso.
Mariana inclino nuevamente la mirada hacia su vaso, era claro que no se sentía del todo cómoda con aquella extraña petición, pero su mente busco alguna contradictoria para intentar recharzalo, sin embargo, estaba tan nerviosa qué no pensó y solo hablo.
—Si, Sebastián—artículo Mariana con cierto esfuerzo, luego trago saliva y se quedo en silencio mientras sentía la mirada de Sebastián puesta sobre ella. Luego se aclaro la garganta y agarro su bolso con cierto nerviosismo.
—Bueno, creo que debo irme—expresó mostrándose tímida—gracias por el café, estuvo delicioso.
—Un placer—dijo mientras extendía su mano hacia ella para ayudarle a quitarse el cinturón de seguridad.
Mariana nuevamente, trago saliva y abrió la puerta del auto, sin embargo, se detuvo en cierto momento, antes de bajar, se dio la vuelta y trató de mirar a Sebastian, pero no pudo hacerlo, sino que tomo una pequeña bocanada de aire antes de atreverse a mirarlo.
—Habrá una especie de reunión en la universidad, es para miembros de algún club deportivo. Yo soy parte del club de tiro con arco y mi equipo se preguntaba si querría asistir como padrino de este año—expresó Mariana con las mejillas rojas, un tono qué Sebastián no pudo ignorar, pero al comprender sus palabras, de pronto comprendió porque Mariana se había mostrado más considerada con él.
No es porque quisiera hablar con él, era quizás porque la habían enviado a hacerlo, aparentemente a invitarlo a un evento.
Sebastián miró hacia el frente, inhalo aire y luego lo saco lentamente, sintiéndose utilizado, en cierta forma.
—Supongo que puedo ir. ¿Cuándo será?—cuestiono tratando de ocultar su decepción y enfado—¿Y que se supone que debo hacer?
—Un discurso para animar a los equipos de este año. El evento será este sábado a las seis de la tarde, solo es una ceremonia de bienvenida para los nuevos reclutas, después habrá una fiesta en un bar cerca de aquí que ya reservamos.
—Claro, no hay problema, pero me gustaría saber porque me eligieron como su... ¿Cómo fue qué dijiste?
—Ah...—Mariana se quedo en silencio y aclaro su garganta antes de hablar—mi compañera, Camila, fue quien lo sugirió, dijo que usted tenía hacia el suficiente condición y habilidad para el ejercicio como para considerarse un atleta
—¿Camila dijiste?—expresó Sebastián anonadado, pero de igual forma, enfadado.
—Si, fue ella quien insistió, ella va conmigo en el club de tiro con arco.